lunes, 17 de octubre de 2011

-10 a.m. Capítulo V: La madre

No sé si mis compañeras me han creído una sola palabra de lo que les he contado. Hace un rato que he terminado mi relato y siguen ahí, simplemente de pie sin decir nada, y sólo se me quedan viendo como si aún no terminara de hablar, o como si esperaran que les dijera qué deben hacer a continuación. No importa si me creen o no, el caso es que yo sé lo que vi, y no está en mis planes quedarme ni un minuto más en este lugar a esperar a que las autoridades se dignen a hacer algo. Antes quizás podría, pero ahora no.

Muy bien, ya les he informado y ahora les toca a ellas hacer lo que les parezca más conveniente. Yo me largo de aquí.

Pero cuando estoy a punto de irme, una de ellas me toma del hombro.

–Tenemos que informarles a las demás, así como a los pacientes –me dice con la voz entrecortada.

Yo sólo la miro con ganas de decirle que se olvide de todo y se largue de ahí, pero una parte de mí me dice que tiene razón.

Además, si es verdad lo que escuché en la radio, es posible que no haya un sitio seguro en el mundo a donde pudiera ir, por lo que no me serviría de nada huir del hospital. Cualquier mujer que esté embarazada en este momento es propensa a desarrollar los mismos síntomas. Y yo no quiero terminar así.

Giro sobre mis pasos y con más miedo que esperanza sólo alcanzo a manifestarle mi silencio y dejo escapar un suspiro de conformidad.

Ya contamos con la experiencia del último temblor y sabemos que muchos de los enfermos empeoraron y algunos otros estuvieron a punto de morir por pura crisis nerviosa. Sin embargo creo que es necesario que los pacientes lo sepan. Asimismo, soy concientes de que no todos contarán con la salud suficiente para sobrellevar los hechos.

No sabemos si al tratar de huir muchos morirán en el mero tránsito a quién sabe dónde. Sin mencionar el riesgo sanitario a que expondríamos a la ciudad entera con el sólo hecho de evacuar a un grupo tan numeroso de enfermos sin saber si alguno de ellos es portador de la misma enfermedad. La responsabilidad escapa a nuestras facultades cotidianas, y no hay un sólo médico que nos haga más llevadera la tarea.

Mientras pensamos en todos los aspectos positivos y negativos de cada caso, el tiempo transcurre y se nos presentan más preguntas que respuestas. Mi postura es la más pesimista de todas. Ya sea que pudiéramos salvar a la mayor cantidad de enfermos posible ¿Qué se supone que haremos con ellos? ¿A dónde los llevamos para satisfacer sus necesidades médicas?

Desde el terremoto las líneas telefónicas permanecen muertas y el comunicador interno no parece funcionar, o al menos ningún médico ha respondido. ¿Cómo podremos pedir ayuda y a quién? ¿Dónde están todos los médicos? ¿En qué estado de gravedad se encuentran las demás mujeres del pabellón de maternidad? La respuesta a todo eso es un signo de interrogación que me deja helada.

Muchas de mis compañeras se sueltan a llorar. Varias son madres que temen por su familia, lo cual no sólo es lógico sino natural. De igual modo, es comprensible que algunas arrojen al suelo sus gorros de enfermeras y salgan de ahí lo más rápido que pueden. Otras simplemente caen sobre sus rodillas, temblando de miedo y con lágrimas que no se deciden a salir.

Todo se ha trastornado. La única esperanza que me queda es que alguna de mis compañeras en su camino a casa pueda pedir ayuda, tanto para los pacientes como para nosotras. Pero entonces ocurre lo que nos faltaba, y otro terremoto sacude el edificio con igual o más fuerza que el de hace unos días. No dura demasiado, pero tan pronto se detiene escuchamos una explosión en los generadores de energía.

El hospital se encuentra en una crisis sanitaria, y para empeorar las cosas ahora tampoco tiene electricidad. La prioridad cambia para casi todas. Ahora es necesario acudir con los pacientes que necesitan estar conectados a un aparato para mantenerse con vida. Aún no lo sé con certeza, pero de alguna manera intuyo que de todas formas muchos de ellos y varias de nosotras, si no es que todas, habremos de morir esta tarde. Sin embargo, en verdad no estoy pensando en los pacientes o en mis compañeras, ni siquiera en mi propia supervivencia (aunque algo hay de eso). Lo que realmente me preocupa es el bebé que desde hace un poco más de dos meses crece y se desarrolla dentro de mi cuerpo.

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