miércoles, 19 de octubre de 2011

-10 a.m. Capítulo X: La junta

-I-

El mundo se está resquebrajando, pero a mi jefe lo único que parece importarle es que no le sirva demasiado caliente su café. Yo no debería estar aquí, se supone que hoy era mi día libre, pero no, “el señor” no podía prescindir de mis servicios. “Tengo una junta muy importante”, dijo el infeliz, “por lo que luego veré cómo compenso lo de tu día libre”, agregó con una sonrisa que deseé poder borrar de un bofetón. Bien podría haberle dicho que “no”, pero quién le dice “eso” al presidente.

            Por otro lado, no sé qué podría estar haciendo allá afuera. Las noticias no son halagüeñas y no parece que las cosas se pongan mejor. Las llamadas telefónicas están restringidas y yo no sé ni siquiera si mi departamento resistió el embate del último sismo. Mientras tanto, el presidente sigue reunido con su gabinete y algunos miembros del senado, incluyendo al decano que hace sólo una semana saliera del hospital, después de haber sufrido un infarto que por poco lo mata. Al menos a mí me extrañó mucho verlo por acá, lucía tan decaído que no me sorprendería que saliera en camilla y ambulancia del recinto.

Todos están trabajando en la sala de juntas, reunidos desde el último temblor. “Trabajando” buena broma, yo diría “escondidos” de los medios de comunicación, o de esas “cosas” que están invadiendo las calles.

            En la radio hablan de “vándalos”, “drogadictos”, o “desquiciados”, pero lo último que alcancé a oír fue mucho más perturbador; “muertos vivientes”. ¡Que locura!

            No sé qué pueda estar pasando en realidad, pero quizás hasta debería sentirme agradecida de estar en este lugar. Las bardas son altas y las rejas están reforzadas, además de que todo un batallón resguarda el acceso. “Nadie entra y nadie sale” son las órdenes. Como sea, no me gusta estar encerrada.

            Todos estamos más o menos igual, sólo cruzamos miradas y sonrisas fingidas, pero la incertidumbre es algo que no podemos ocultar. Mis padres viven muy lejos de la ciudad, no tengo hijos, no estoy casada, y con lo asfixiante de mi trabajo, ni siquiera he tenido tiempo de relacionarme afectivamente con nadie. Pero muchos de los aquí presentes tienen familia, y se ve que se mueren de ganas de salir a ver qué ha sido de ellas.

El presidente ya mandó al ejército a controlar las cosas en las calles, pero aún no sabemos nada de ellos. Todo lo guardan tan herméticamente, como si no nos estuviera estallando la verdad en la cara.

-II-

Hace un instante empecé a escuchar disparos en la entrada externa, demasiados como para tratarse de una falsa alarma, además de que han ordenado cerrar las rejas interiores. Todos estamos en alerta y el silencio existente, de por sí incómodo, se ha tornado insoportable.

            Las estaciones de radio y las televisoras están fuera del aire, y tampoco hay servicio de Internet. Estamos completamente aislados y los disparos no cesan allá afuera. Ni siquiera el día de la Independencia escuché tantas detonaciones. Ahora no sólo estoy preocupada, sino aterrada. Las manos me sudan y… justo ahora han cesado los disparos.

            Respiro profundo y el silencio me parece la más dulce melodía, hasta que otro sonido se apodera del ambiente. No son gritos, de hecho no sé qué puedan ser… se escuchan como gemidos y… un… ¿palpitar?

No aguanto más la curiosidad y desobedezco la orden de no asomarme por las ventanas, sólo para ser testigo de una masacre. Las inmediaciones están invadidas por esas cosas, que ni siquiera parecen humanas, las cuales están despedazando a todo el personal de seguridad. Son como una masa sanguinolenta, conformada por miles de brazos y cabezas, que no se detiene. Las rejas ya no me parecen tan fuertes…

No soporto más y me echo a llorar.

Otra secretaria trata de consolarme, pero tan pronto siento el rose de sus dedos, grito y salgo corriendo.

No debí haberme asomado, pero ya es tarde para pensar eso. Mientras tanto el latido que hasta hace un instante era como un mero mormullo entre el mar de gemidos, se vuelve el canto predominante… y lo escucho cada vez más cerca... Ya no sólo viene de afuera… y vuelvo a escuchar disparos y gritos, pero del interior de la sala de juntas.

Los guardias desenfundan sus armas y entran cortando cartucho. Las detonaciones se han detenido, pero los gritos no. Entonces vuelven los disparos, ahora prefiero escucharlos y quisiera que no se detuvieran nunca… pero cesan.

Nadie sale de la sala, pareciera que todos están… muertos.

No hay gritos, ni voces, hasta que vuelve ese endemoniado latido. Entonces el Infierno que atestigüé hace unos minutos, se repite ante los ojos de todos.

Ese asunto de los “muertos vivientes” ha dejado de sonarme tan descabellado, porque esas cosas que salen de la sala y avanzan hacia el lugar donde estamos, no pueden estar vivas… y tal parece que pronto tampoco lo estaremos nosotros.

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