lunes, 17 de octubre de 2011

La pregunta

-I-

Después de casi diez años de dedicación obsesiva, por fin el esfuerzo y espera han dado sus frutos. Hoy, un poco después de las ocho de la noche he obtenido lo que creo que es la respuesta a una pregunta que me ha apasionado desde que era muy niño; ¿Hay alguien allá afuera?

Durante años he observado el cielo nocturno, escudriñando cada rincón visible desde mi ventana, en la búsqueda de una señal que me indique qué hay más allá de ese impenetrable manto de oscuridad y estrellas. Imaginando que tal vez alguien en algún otro punto de este inmenso Universo se está preguntando lo mismo que yo.

La primera vez que le dediqué tiempo a ver el cielo, fue por un mero reflejo. Yo tenía cinco años y ese día habíamos salido a caminar a las orillas del lago donde se conocieron mis padres. Cada año dábamos el mismo paseo, pero ese día estaba destinado a ser especial. Mientras mis padres recordaban aquel momento de juventud en el que por primera vez cruzaron sus miradas, yo, como siempre, jugueteaba en la orilla y recolectaba piedras que después arrojaba al estanque. Entonces fue que vi lo que habría de cambiar mi vida para siempre.

–¿Qué son esas luces que se ven en el fondo del lago? –les pregunté maravillado.

–Fíjate bien, no son más que el reflejo de las estrellas del cielo –dijo mi padre, mientras mamá subía mi barbilla con un ligero toque de su dedo.

En ese momento yo también había encontrado el amor de mi vida. La noche anterior había llovido y todo el día había hecho mucho viento, por lo que el cielo se encontraba deslumbrante y tan lleno de estrellas que era simplemente imposible sentirse solo.

-II-

De niño, mi relación con el cielo era más de creatividad que de búsqueda, pues me gustaba hilar estrellas para encontrar mil formas dibujadas en la oscuridad de la noche. La pregunta sobre si había o no alguien más allá, habitando otros mundos con otras costumbres y mil formas distintas a las mías, no era realmente importante. Porque la respuesta a la misma era evidente; “por supuesto que hay alguien allá afuera”, “claro que no estamos solos”, “¿cómo no podría haber miles de cosas, criaturas y personas de mil formas inimaginables, en un espacio tan vasto?”

Así como para muchos niños no hay rincón ni habitación oscura que no esté poblada por algún tipo de monstruo o criatura rastrera, para mí no había duda de que  detrás de tanta oscuridad cósmica no sólo era posible, sino inevitable la existencia de más mundos como el mío. Sólo era cuestión de tiempo y paciencia dar con alguno de ellos.

-III-

Conforme fueron pasando los años, la certeza se fue volviendo duda y con ella empecé a formularme preguntas que alimentaban mi particular obsesión. Al principio me conformé con un telescopio que le brindaba más luz a mis ojos, en medio de ese mar de preguntas y supuestos que me nublaban la mirada. Pero mi visión no podía llegar más lejos de lo que la lente le permitía, y nunca era suficiente para responder mis inquietudes.

            Lo que podía ver con mi telescopio me maravillaba cada noche. Pero toda esa majestuosidad revelada no daba ninguna pista que me ayudara a resolver la pregunta. Sin embargo, esa misma grandeza y diversidad me decía a gritos que era imposible que todo ese escenario, tan lleno de formas y colores, hubiera sido montado sólo para nosotros; tan sólo un puñado de actores perdidos en este colosal teatro.  

Recuerdo que el día que escuché hablar por primera vez de los objetos voladores no identificados, mi pregunta obtuvo un aliento de respuesta. Mi tío, que es profesor de ciencias de la Universidad, defendía la teoría de que los OVNIS no eran ningún rumor inventado por gente ociosa, ignorante o desquiciada. Sino naves interplanetarias, tripuladas o enviadas por inteligencias provenientes de otros mundos, quizás de más allá de nuestra galaxia. Por su parte, papá sostenía que todo eso no era más que un engaño del gobierno o los medios de comunicación sensacionalistas, con el único propósito de desviar la atención de la gente, con respecto a los problemas reales o vender periódicos y engatusar al incauto.

Mi tío hablaba de videos y fotos tomadas a dichos objetos, captados por gente que no sabía qué era lo que había visto, pero deseaba averiguarlo, arriesgando su reputación y exponiéndose a posibles represalias por parte de aquellos que intentaran ocultar el fenómeno. Papá alegaba que muchas de las imágenes tomadas a esos “supuestos” objetos voladores no eran sino prototipos ultra secretos de las grandes potencias mundiales. Incluso afirmó que todo eso de los OVNIS, como provenientes de otros planetas, no era sino un invento de esas mismas naciones para ocultar sus verdaderos secretos.

Yo estaba extasiado de ver a mi padre y a su hermano en tal discusión, pero fue en ese momento cuando mamá me dio una palmadita en el hombro y con una sonrisa me mandó a mi habitación. Ya pasaba de la hora de dormir, pero yo quería seguir escuchando lo que papá y mi tío decían, es más, también quería saber el punto de vista de mamá. Pero hay cosas que se aprende aún cuando se es muy chico, y una de ellas es no empezar una discusión que sabes que está perdida desde antes de poder abrir la boca. Por lo que les di las buenas noches y me metí a la cama, pero no para dormir.

Desde mi habitación seguí escuchando lo que podía de aquella plática. Me estremecía y llenaba de emoción la posibilidad de que esos OVNIS tuvieran un origen ajeno a este mundo, porque entonces no sólo existían otros seres allá afuera, sino que ellos eran capaces de viajar más allá de su propio planeta hasta el nuestro. Después de todo, yo no sería el único que se preguntaba qué había más allá de tanta oscuridad y estrellas.

-IV-

Después de múltiples observaciones con el telescopio, una noche me pregunté cuál seria mi siguiente paso una vez que descubriera algún planeta capaz de albergar vida como la conocemos. ¿Cómo podría comunicarme con ellos? ¿De qué manera habría de llegar hasta allá? Simplemente no podría y en el remoto caso de contar con la posibilidad de hacerlo, tardaría tanto tiempo que la vida podría quedarme corta para llegar a mi destino.

Entonces pensé en el viejo radiotransmisor que le robara tantas horas de sueño a las noches de papá. Tal vez yo no podría viajar físicamente, pero quizás podría hacerlo a través de las ondas de radio. A partir de ese día el radio transmisor volvió a dar señales de vida, literalmente.

Mi familia no entendía por qué de repente dejaba las estrellas por las señales de radio, pero mi padre estaba feliz de que adoptara una afición con la que él estuviera más familiarizado. Se pasó horas conmigo, enseñándome todo lo que sabía que era necesario para el buen funcionamiento del equipo. De igual modo, me dijo cómo reparar los desperfectos más comunes, y me previno sobre los errores más frecuentes. Desde ese día, mis ojos comparten la misma interrogante que mis oídos. Ya no sólo busco luces en el cielo, ahora también quiero captar y hacer escuchar mi voz por el espacio.

Con mi radio transmisor he podido escuchar casi de todo; desde la onda corta de la policía, hasta el ruido fantasmal de algún satélite de comunicación, pero por lo general la estática se ha vuelto parte de la banda sonora de mi vida. Hasta el día de hoy, que por fin pude recibir un mensaje codificado que dista mucho de cualquier otro que haya captado antes. De igual modo, la onda de radio recibida no corresponde a nada con lo que tenga alguna familiaridad.

El mensaje se repitió por un poco menos de siete minutos, antes de que la estática volviera a mis oídos. Por fortuna tuve tiempo de grabar la transmisión, al menos un poco.

No puedo decirle a mis papás, si mi padre se entera de la razón por la qué estoy utilizando su radio, lo más seguro es que me lo quite. Lo mejor será guardar esta grabación en secreto, hasta que mañana acuda a la Universidad donde trabaja mi tío, y se la dé a analizar.    

-V-

Hoy me desperté temprano con la emoción de quien ve al mundo con otros ojos. Sin ningún tipo de orgullo, admito que nada de lo que vi este día en el colegio se pudo quedar en mi memoria, pues mi único interés era escuchar la campanada de salida e ir corriendo por mi tío.

Son pocas las calles que separan a mi colegio de la Universidad, pero nunca antes me habían parecido tan largas.

Entonces, con ayuda de un pequeño reproductor de cintas de audio, lo vuelvo testigo de mi descubrimiento.

–¿Qué crees que pueda ser esto? –me pregunta desconcertado.

Yo no sé qué responder. Por un lado, quiero creer que es un mensaje proveniente de alguna inteligencia fuera de este mundo, pero en realidad no sé qué es, ni cuál habrá de ser la reacción de mi tío si le doy a conocer mi hipótesis. Por lo que le respondo que “no tengo idea”. No estoy mintiendo, en realidad esa es la razón por la que le estoy llevando la cinta.

–Déjame hacer algunos análisis y comparaciones con la base de datos del laboratorio –me dice, mientras le hago entrega del casete.

Debido a que son muy estrictos en lo que se refiere a quién consulta las computadoras de la Universidad, no puedo entrar con él. Por lo que me siento en una banca del patio y por primera vez en mucho tiempo, vuelvo a ver el cielo con la certeza de que no estamos solos en el Universo. Quizás allá afuera alguien está sentado frente a un radio transmisor, esperando la respuesta de un mensaje enviado hace quién sabe cuánto tiempo.

Poco a poco, los minutos se vuelven horas, y siento como si hubieran pasado días enteros. Pero después de un rato, mi tío sale, me entrega la grabación y algo desilusionado me dice que lo que grabé es una señal del espacio profundo, pero no de un ser inteligente de otro planeta, sino de una estrella.

Era evidente que él también esperaba encontrar algo más en mi cinta. Entonces me explica que el supuesto mensaje recibido, no es más que una onda de radio emitida por una estrella agonizante, justo en el momento de su muerte, tal vez hace millones de años.

Le agradezco el tiempo dedicado, así como la explicación y me marcho cabizbajo de ahí.

-VI-

No tengo ganas de regresar a casa. Mi mensaje interplanetario resultó ser el canto agónico de una estrella moribunda, que tal vez dejó de brillar aún antes de que este planeta se formara.

Con cada paso que doy, mi mente se envuelve en pensamientos contradictorios; por un lado me siento desilusionado porque el mensaje no fue lo que yo esperaba, pero también complacido de que mi radio transmisor sea capaz de captar ondas del espacio exterior.

El canto de esa estrella moribunda tiene que convertirse en la primera frase de aliento que he de recibir de las estrellas. “Es sólo cuestión de tiempo” me digo, mientras camino por la orilla de aquel viejo lago y veo cómo detrás de las montañas flotantes de cristal blanco se esconden nuestros dos solitarios soles amarillos…

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