miércoles, 19 de octubre de 2011

Mañana

Él, como cada mañana llega al cuarto para las siete a la estación del metro, y ve pasar un vagón semivacío tras otro, sin mover un solo músculo para abordarlos. Como todos los días, sostiene en su mano derecha un maletín, algo gastado por los años, y en la otra un periódico que ni siquiera ha hojeado.

            Ella, como cada mañana llega a las siete en punto a la estación, y como todos los días, desde hace casi dos meses, se percata de que él está ahí otra vez, sin haber abordado el vagón, ni hojeado el periódico de hoy.

Como cada mañana, ella lo saluda con una sonrisa y tímidamente levanta la mano, mientras él hace lo propio, ve el reloj de la pared y finge sólo estar esperando la llegada del próximo convoy.

            Ninguno conoce el nombre del otro, pero ambos saben que el vagón que comparten cada mañana no es la única coincidencia entre ambos.

Él siempre viste un traje gris de oficina y ella una ropa informal, sin que esto la haga ver menos distinguida. Ella sostiene unos planos entre sus manos y una pequeña mochila cuelga de su hombro. Quizás sea artista, ingeniera, cartógrafa o arquitecta, en fin… Todos los días él especula sobre cuál puede ser la respuesta correcta. Para ella, él bien puede ser vendedor de seguros, profesor, o quizás cajero en algún banco. Todos los días se ven e inventan mil nombres, profesiones e historias. Y cada vez piensan que quizás mañana, alguno de los dos se animará a decirle al otro alguna palabra que revele al menos cuál es el sonido de su voz.

            Él no se anima a hablarle primero, no sabría qué decir, ni quiere darle una mala impresión. No puede confesarle que ha dejado pasar más de cinco trenes por día desde hace casi dos meses con tal de viajar con ella. No, definitivamente no puede decirle eso. Ella podría pensar que es un demente o algún tipo de acosador. Por su parte, ella no se anima a ser la primera en romper el silencio, ni siquiera para pedirle la hora, porque ha notado que él no porta reloj. Tampoco puede decirle que desde hace casi dos meses se tarda quince minutos más de lo acostumbrado con tal de lucir un poco más guapa, sólo para él. No, definitivamente no puede decirle eso, él podría pensar mal, ella es una mujer decente y no puede permitir que él pudiera suponer otra cosa, sólo suspira veladamente y piensa que quizás mañana, si él no se acerca primero, ella se atreverá a decirle al menos un “Hola”.

            Siete estaciones después, ella se enfila a la salida y antes de abandonar el vagón lo mira y vuelve a sonreírle tímidamente. Él le devuelve el gesto y piensa que quizás mañana se acerque a preguntarle su nombre, actividad, signo del zodiaco, pasatiempos, y si tendrá libre el próximo viernes por la tarde... o tal vez no se anime a preguntar tanto y se limite a preguntar: “¿Qué hora tienes?

            Una estación más adelante él se baja sólo para abordar el tren que regresa y que lo ha de dejar tres estaciones antes. Él sabe que eso le ocasiona llegar un poco más tarde al trabajo, pero vale la pena con tal de viajar con ella un día más. Lo que él no sabe es que no volverá a hacerlo, porque una falla en los frenos y una vía en mal estado se confabulan en su contra para volcar el tren, dejando como saldo pánico, unos cuantos heridos y un muerto; él.

            Ella ya está muy lejos como para escuchar los gritos y sirenas de las ambulancias. Tal vez habrá de enterarse más tarde o quizás mañana. Por el momento todo marcha bien en su mundo y entre una calle y otra se toma su tiempo para echar a volar su imaginación e idear la excusa perfecta para que el día de mañana y más guapa que nunca, por fin se acerque a su fiel compañero de viaje y le diga… aún no sabe qué cosa, pero algo se le habrá de ocurrir más tarde o… quizás mañana…    

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