viernes, 28 de octubre de 2011

Por teléfono

Hace tres meses me separé de Karla. Después de quince años de matrimonio y tres hijos, de repente un día la mujer que creí amar ya no parecía ser la misma, y sin duda ella pensaba lo mismo de mí. Nos separamos antes de odiarnos, pero sin saber realmente por qué lo estábamos haciendo. Aunque también nos preguntábamos por qué no lo habíamos hecho antes, o por qué decidimos unir nuestras vidas en un inicio.

Además de aceptar la derrota de no haber podido salvar mi relación con la que por tanto tiempo fue mi compañera, lo más doloroso de todo ha sido separarme de mis hijos. Los veo cada semana y hablo con ellos todos los días, por lo que he podido mantenerme al tanto de sus vidas, sentimientos, amistades y estudios. Pero no es lo mismo vivir en la misma casa y compartir nuestra existencia todos los días, que comunicarnos sólo por teléfono y vernos únicamente los fines de semana. Como sea, lo hemos ido superando y sé que mi ausencia no ha implicado una verdadera separación entre nosotros. Eso siempre lo he sabido, pero desde hace algunas semanas esta preconcepción se ha hecho cada vez más tangible.

Desde que regresé a mi antigua casa, mi hogar previo a mi vida como pareja y padre, he tenido la oportunidad de reencontrarme con una parte de mí que había olvidado casi por completo, o simplemente pensaba que ya la había dejado muy atrás.

Todo empezó con una llamada telefónica. Eran las ocho en punto de la noche y me encontraba aún desempacando algunos libros, retratos y discos viejos, cuando el sonido del timbre del teléfono vino a romper con la silenciosa soledad que me venía haciendo compañía. Contesté esperando que fuera alguno de mis hijos, mi ex esposa, el banco, un número equivocado… en fin, cualquier cosa, menos escuchar del otro lado de la línea la voz de mi madre, quien estaba gratamente sorprendida de encontrarme en casa. De alguna manera se había enterado de mi separación y quería saber de mí. Yo no sabía qué decir, por lo que ella se encargó de llenar con su voz cada uno de mis largos minutos de silencio.

Me platicó de papá y su colección de estampillas, cada vez más polvorientas y pálidas como sus corbatas, camisas y trajes.  Me contó que el otro día, después de mucho tiempo sin salir a caminar, decidieron dar la vuelta por el parque. Les sorprendió ver todo tal y como lo recordaban, como si el tiempo no hubiera pasado. Aunque admitía que era posible que fuera tan grande su deseo de ver las cosas así, que tal vez de manera inconsciente hubieran omitido ver todos los cambios que en efecto han ocurrido.

También me habló de Cuco, mi perro.

–Lo llevamos con nosotros al parque, vieras lo feliz que se veía. Le ladraba a cada paloma, ardilla y gato que se encontraba en su camino. Hasta que una perrita mucho más pequeña que él le hizo frente, y de un ladrido lo hizo correr despavorido, hasta ocultarse tras las piernas de tu padre. Lo hubieras visto, estábamos muertos de risa al ver esa escena, y a Cuco se le quitó lo bravucón, al menos por unos días –dijo y mis ojos se llenaron de lágrimas.

Me contó que papá había tratado de persuadirla para que no me hablara, y así poderme brindar la oportunidad de superar la separación por mí mismo. Pero ella, como siempre, lo desoyó con el clásico argumento de “nuestro hijo nos necesita ahora más que nunca”. El mismo que utilizaba cada vez que desoía el “déjalo que se levante sin ayuda” o “él debe aprender a defenderse solo”, que solía decir papá. Yo me reí y agradecí el detalle. Sin duda me hacía falta hablarles y saber de ellos, aunque sólo fuera de esta manera.

Después de extenderme la mano, metafóricamente hablando, pasó lo que siempre ocurría con mamá, y vino el tan esperado jalón de orejas.

–Habla con tu esposa, no seas cabezón. Si habían podido estar juntos por tanto tiempo, ¿por qué tirar la toalla ahora? Si aún sientes algo por Karla, no seas testarudo y admite que todo fue culpa tuya. Lo sé porque siempre es así. Una llega al matrimonio llena de sueños y proyectos por cumplir con el ser amado, y ustedes; hombres insensibles, van matando cada uno de los sueños y proyectos compartidos, sustituyéndolos con ideales egoístas. Si lo sabré yo ¡Y tú no me contradigas, Ramón! ¡Que bien sabes que lo que digo es cierto! –le replica a papá, que a lo lejos escucho que dice… no sé qué cosa.

–Tal vez olvidaste que ella también tiene sus necesidades. Cuando eran novios, seguramente eras de los que le abría la puerta, cargaba con sus cosas o incluso a ella misma, para que no se cansara al caminar. Pero después de quince años de matrimonio, de seguro le has de haber cerrado la puerta en la nariz en más de una ocasión, sin importarte que tuviera los pies hinchados, estuviera cargando todas las bolsas del mandado ella sola, o tuviera a la familia entera sobre sus hombros. Está bien, entiendo que ya no se vea tan joven ni hermosa como cuando se casaron, pero tú tampoco eres ningún “Adonis”. Perdona que te diga todo esto, pero recuerda que soy tu madre y me preocupo por ti, siempre lo he hecho y eso no habrá de cambiar nunca –dijo sin que pudiera contravenirla en nada.

–Una cosa es que el trabajo te mantenga ocupado y te quite mucho tiempo, y otra es que no hagas nada por dedicarle un minuto de tu vida a aquello que verdaderamente debería ser lo más importante para ti. ¿O acaso crees que tu padre y yo no teníamos nuestros problemas como pareja, o nada más qué hacer? Pues sí, pero tú eres más importante que cualquier pequeñez o grandiosidad que tuviéramos en mente –dijo mientras yo seguía sin palabras.

–Habla con Karla, recuerda que es la madre de tus hijos. Trata de arreglar tu relación con ella hasta donde puedas, luego insiste un poco más. Si después de todos tus intentos, las cosas siguen igual… bueno, ya no habrá quedado por ti y tendré que admitir que toda la culpa ha de ser de la “bruja” con la que te casaste… perdón… Pero piénsalo, ya me cuentas mañana que te vuelva a hablar –dijo y colgó la bocina.

Al día siguiente, a la misma hora volvió a sonar el teléfono y de nueva cuenta era mamá, y así ha sido desde entonces.

Cada noche me consuela y regala un sermón, que en cualquier otra circunstancia hubiera implicado que me inventara alguna excusa para no estar en casa a la hora en que habrá de efectuarse su llamada, pero el caso es que las cosas son distintas, y tan pronto llego por las noches, después de trabajar, me siento frente al teléfono a esperar que timbre y del otro lado de la línea esté ella.

Sé que Cuco murió cuando yo aún cruzaba los primeros años de la educación superior. También soy consciente de que a papá lo enterramos hace tres años y que mamá se reunió con él sólo un mes más tarde. Pero eso no me importa o incomoda de alguna manera. No sé si me hablan desde el más allá o si lo hacen desde una dimensión alterna, otro tiempo o… yo qué sé. El caso es que la vida me ha regalado la oportunidad de volver a escuchar las voces de mis padres y el ladrido de mi perro.

No sé por cuánto tiempo más me seguirán hablando todos los días, pero espero que sea por siempre, aunque mamá me regañe y a papá apenas le preste la bocina para hablar conmigo.

Como sea, he seguido sus consejos y ya hablé con Karla. De hecho hemos vuelto a salir al cine y al teatro, tanto como pareja como con nuestros hijos. Incluso creo que la empiezo a ver como cuando sólo éramos dos locos que querían permanecer juntos por siempre. La verdad no me puedo imaginar la vida sin ella y nuestros “diablillos”.

Hace dos días Karla me preguntó por qué decidí buscarla de nuevo y yo no sabía qué decir, pero no quise inventarle nada y opté por contarle la verdad. Le dije que mamá me había convencido.

–Ya sabes lo difícil que siempre me ha sido decirle que no a ella –contesté.

Karla me miró con ojos incrédulos, pero al final me sonrió complacida.

–Recuérdame entonces comprarle un gran ramo de flores, la próxima vez que vayamos a visitarla al cementerio –dijo y me regaló un beso.

Aún seguimos separados, pero no creo que esto dure por mucho tiempo. Lo cual me da gusto aunque no deja de confundirme un poco. Por un lado quiero estar con mi familia, pero tal vez eso implique que las llamadas de mamá y papá terminen tan repentinamente como empezaron. En fin, de ser así no significa que tenga que dejar de hablar con ellos, aunque ahora sean mis padres los que guarden silencio y se limiten a escuchar mi voz.

4 comentarios:

  1. Releyendo poco a poco tus cuentos ya leídos, conociendo y sorprendiéndome con los nuevos que voy encontrando desperdigados aquí, en MET y en El lugar del escritor, gustando de estas novedades como si estuviera escudriñando en una librería de viejo y de pronto encontrara (bajo una montaña de papel buena sólo como material de reciclaje) una joya literaria que siempre quisimos leer, o aquel libro que nos trajo una nueva emoción en la niñez o la juventud.
    Algo así es encontrar trabajos tuyos por aquí.

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  2. Sin duda uno de mis favoritos, pero cada vez que lo releo, me gusta aún más.

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