miércoles, 19 de octubre de 2011

Tal vez

Últimamente me he puesto a pensar en la poca o nula atención que suelo poner a esos pequeños detalles que llenan de diversidad mi vida. Por ejemplo, el camino que todos los días transito para llegar a casa y que recorro sin percatarme de lo que hay alrededor. Al igual que yo debe haber muchas personas que recorren una y otra vez esta misma ruta, y no tienen ni idea de todo lo que ocurre o ha pasado en este lugar, desde lo sublime hasta lo más ruin y despreciable. Quizás todas ellas hasta se han tropezado más de una vez con las mismas grietas donde torpemente suelo atorar mi bastón.

            En la orilla de la banqueta yace un periódico del día anterior, donde sin necesidad de recogerlo puedo leer que hallaron el cadáver de un hombre al que se le había extraído el corazón. Ya van más de quince cuerpos encontrados de esa manera y la policía cree que debe haber aún más por descubrir. No dan mucha información, pero a veces sueltan algo que le haga pensar a la ciudadanía que están haciendo su trabajo.

Hace unos días escuché por la radio que las autoridades sospechan que el asesino debe ser el mismo en todos los casos. Tal vez un psicópata, aunque no descartan a los imitadores, o al crimen organizado. El hecho es que los cuerpos siempre son hallados de la misma manera; sentados en la banca de algún parque (junto a un árbol o sobre una banqueta), con todas sus posesiones encima y sin más huella de tortura que la ausencia de su corazón, como si eso fuera poca cosa.

Hasta ahora la mayoría de los medios de comunicación han evitado transmitir las imágenes de los cuerpos, pero eso no ha sido ningún impedimento para que con la mera descripción, cualquiera se pueda formar una imagen mental de lo ocurrido. En otros tiempos esto hubiera significado que toda la sociedad se sintiera amenazada, tal vez hasta histérica. La gente no se atrevería a salir de sus casas y prohibiría a sus hijos jugar más allá de su mirada protectora, pero ya no es así. Quizás nos hemos ido acostumbrando poco a poco a la inseguridad y al hecho de ver y ser vistos bajo sospecha por todos.                 

            Por ejemplo, la mujer que camina apresuradamente delante de mí, bien puede aparentar ser una ejecutiva que va un poco demorada al trabajo, pero también podría ser una asesina que va al encuentro de su próxima víctima, o ya viene de la escena del crimen, alejándose a toda prisa de ese lugar. Tal vez con remordimientos o recordando placenteramente, en cada uno de sus pasos, hasta el más ínfimo detalle de su brutal crimen. Quizás en su cabeza se impactan, como mariposas en un parabrisas, los motivos que la orillaron a terminar con una vida; envidia, celos, avaricia, ociosidad, etcétera. Son tantas las razones que pudo tener y están tan poco justificadas todas ellas, que no importa el cuidado que haya tenido y la pulcritud con la que lleve su traje sastre, porque de seguro ha de sentirse sucia y empapada de sangre. Tal vez en algún momento de la noche se despierte exaltada por el recuerdo de sus actos y la culpa por haber terminado con la vida de alguien, o quizás sólo se levante con hambre de más y más muertes.

            También está aquel hombre de traje azul marino que tan plácidamente espera que pase el autobús. A lo mejor es un abogado, oficinista o vendedor de seguros, pero no puede ser eso todo el tiempo. Tal vez en sus ratos libres deja colgado en su armario el traje y la corbata para ponerse un mandil que evite que la sangre de sus víctimas salpique y arruine su camisa blanca. Quizás ni siquiera tiene que salir a buscar a sus presas, es posible que las contacte en el trabajo y con cualquier pretexto las convenza de ir a su domicilio. No sé, tal vez en la búsqueda de algún papel importante o quizás en pos de un servicio ilegal que no pueda ser tratado en la oficina. Es probable que en su mente no sea un asesino, sino un servidor público que al encontrarse cansado de la corrupción, le sigue el juego a todos aquellos que buscan corromperlo, sólo para darse la oportunidad de exterminar la podredumbre que lo rodea. Sea como sea, no deja de ser un asesino.

            Y qué decir de ese niño que juega con su pelota. Tal vez sea demasiado pequeño como para que alguien pueda sospechar de él, auque quizás en su corazón albergue un deseo infinito por darle muerte a todos aquellos que alguna vez le hayan levantado la voz, o la mano. Es posible que ese bulto que carga en su bolsillo trasero sea una mortífera “resortera” con la que día a día acribilla a cualquier pajarillo y ardilla que se atreva a cruzar por su camino, o quizás sea una lupa con la que incinera a cualquier hormiga e insecto pequeño que aparezca por ahí. Ante los ojos de cualquiera, tal vez sólo sea un niño que mata gorriones y hormigas, pero quizás para él éstos no sean ni lo uno ni lo otro. A lo mejor cada vez que mata a un ave no la ve como tal, sino como a esa maestra que no lo deja en paz en la escuela y lo agobia con tanta tarea, o al niño de la clase que suele robarle el almuerzo, o al hermano mayor que todos los días lo molesta frente a los demás niños que se ríen y burlan de él sin la menor consideración. Quizás él quisiera que todos ellos fueran esas diminutas hormigas que huyen sin esperanzas de su fulminante “rayo de la muerte”, o ese gorrión que trina descuidado e ignorante del “misil” que está a punto de silenciarlo para siempre.

            Tal vez aquella señora que va cruzando la calle, llevando entre los brazos a su pequeño perro, sea una dulce y tierna abuelita, o una sádica asesina que bajo la fachada de dulce, frágil e indefensa anciana, engatusa a sus víctimas, quizás niños, a los que asesina de una y mil formas imaginables. Basta echarle una leída a cualquier cuento infantil, para saber que bajo la careta de cualquier dulce ancianita puede estar escondida una malvada bruja o un temible lobo. Tal vez en su bolso lleva los dulces con los que atrae a sus pequeñas víctimas. Probablemente esos caramelos contengan alguna droga, o algo parecido, que mantenga dóciles y calmados a los ingenuos niños que acepten su azucarado veneno. Después tal vez los lleve a su casa y ahí… no sé. Es posible que los mantenga como fieles sirvientes o materia prima para sus “tan deliciosos postres”. Quizás ella piense que les está haciendo un favor al evitarles el sufrimiento que implica crecer y dejar la infancia como un mero recuerdo. Tal vez sólo está loca y su único objetivo sea encontrarse con ese niño o niña que, como también ocurre en los cuentos, le ponga fin a su propio sufrimiento.

            O que tal aquel hombre que lleva consigo ese par de bolsas negras con basura. Aparenta ser un típico vecino cumpliendo con su deber al depositar sus desechos en el contenedor, pero bien podría ser un brutal homicida, que cansado de las infidelidades de su esposa, un mal día decidió ponerle fin a su existencia, y sólo se está deshaciendo del cuerpo de su mujer, poco a poco dentro de las bolsas que carga. Tal vez la mató cuando aún ella se encontraba durmiendo esta mañana, después la despedazó y desde entonces ha estado yendo y viniendo de su casa al contenedor, con las bolsas que ha ido llenando con sus restos. O quizás la mató hace días pero para no levantar sospechas la ha ido depositando paulatinamente en la basura. Es posible que la esposa ni siquiera le hubiera sido infiel, pero como él sí lo era, entonces se imaginaba que ella también. Tal vez su mujer descubrió que él la engañaba y éste prefirió matarla antes de que ella le pidiera el divorcio. Quizás ni siquiera era su esposa, a lo mejor sólo era una vecina de la que él había estado enamorado desde que la conoció, sin que ella estuviera enterada de su existencia, hasta el día en que él la encontró en brazos de su novio o marido, y fuera tanta su rabia que no pudo contenerse y terminó matándola, quizás no sólo a ella. En algún momento puede ser que recobre la cordura y se arrepienta de su crimen, o quizás fije su atención en alguien más y actúe como si no hubiera ocurrido nada, hasta que esa otra persona haga algo que lo orille a terminar con su vida.

            Tantos y tantos criminales sedientos de sangre. Todos tranquilos y seguros de que nunca conseguirán detenerlos. Tal vez han llegado a pensar que nadie podría sospechar de ellos. Confían demasiado en sus disfraces. Como depredadores astutos que se mantienen calmados hasta que su instinto asesino los invita a matar de nuevo y entonces… atacan. Se abalanzan como fieras sobre sus presas hasta que satisfacen su hambre de muerte, aunque sólo por un instante, porque su apetito nunca es saciado del todo y siempre vuelven a matar.

Pasan desapercibidos entre la multitud que ingenuamente los toma por gente decente o inofensiva. Son ciudadanos modelos que ante los ojos de todos cumplen con la ley. Algunos se presentan como generosos samaritanos que ayudan a cualquiera sin pedir nada a cambio. Son puntuales al pagar sus impuestos, rentas y demás servicios. Pero por dentro son las criaturas más abominables que cualquiera pudiera encontrarse en su camino. A pesar de eso ni siquiera notamos su presencia… hasta que ya es demasiado tarde.

Caminan entre nosotros. Se sientan a nuestro lado en el camión, quizás hasta nos han cedido el asiento, o ayudado a levantar algún bulto pesado. ¿Cómo podríamos sospechar de ellos? ¿Por qué desconfiar del vecino que todas las mañanas nos da los “buenos días”? ¿Cómo pensar mal de la señora que saca a pasear a sus diminutos perros y les habla con tanto cariño, cual si fueran niños pequeños? ¿O de la gentil dama que siempre tiene una moneda de sobra, o pan para regalarle al hambriento? ¿Cómo podría alguien pensar que ese pan pudiera estar envenenado y que el objetivo de esa persona no es calmar el hambre del necesitado, sino asegurarse de que no vuelva a mendigar nunca?

            Por su puesto que las autoridades no se han dado cuenta, ni los medios de comunicación, o al menos actúan como si no supieran qué es lo que pasa. Pero todo está apunto de cambiar de una vez por todas. Porque yo los he descubierto y les he aprendido su juego. Camino entre ellos como si no los reconociera, como una cebra que se pasea descuidadamente entre leonas. No sospechan nada y tal vez sólo me vean como una posible víctima, quizás una que pueden dejar pasar por el momento, conscientes de que ya llegará mi día. Pero esta cebra tiene colmillos, garras y gusta de la carne de león.

De a uno a uno habré de librar a este mundo de andar soportando su carga. Tal vez la sociedad nunca me lo agradezca o reconozca, pero no me importa lo que digan, especulen o ignoren. No me causa ningún malestar físico o moral el que me tachen de loco en los diarios. Ellos aún no logran entenderlo, pero quizás algún día lo hagan. Mientras tanto yo sólo tengo que preocuparme por elegir a mi siguiente objetivo. No lo sé, pero tal vez aún haya espacio para un corazón más en la hielera.

Hay tanto demente suelto por ahí, que basta con dirigir la mirada hacia cualquier dirección para saber que he dado con uno de ellos. Me verán pasar y no harán nada al respecto, sólo soy un viejo… ¿quién podría sospechar de mí? 

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