viernes, 28 de octubre de 2011

Visitantes

Realizo esta transmisión como una advertencia quizás tardía, más que  un grito desesperado de ayuda. Pues ya no hay nada más que se pueda hacer por mí, los míos o nuestro planeta. No sé siquiera si ésta señal tendrá la fuerza suficiente para cumplir su objetivo, y llegar más allá de nuestra solitaria luna, o sólo quedará como un testimonio más, perdido en nuestra malherida atmósfera; como un eco que habrá de seguir contando nuestra última historia mucho tiempo después de que ya no quede nadie vivo para poder escucharla.

Llegaron hace muy poco tiempo, aunque en los hechos pareciera que lo hicieron desde hace muchos años. Nos conocen muy bien, demasiado para nuestra suerte y fatal destino. Llegaron como “amigos”, entre nuestro asombro, incredulidad y temor ante lo desconocido. Por años se había hablado de ellos o de su tipo, quizás desde antes de que nos estableciéramos como cultura.

Tal vez si hubieran llegado en otro momento, cuando nuestros ojos, oídos y demás sentidos estaban alerta, antes de sentirnos la especie dominante de este planeta, tal vez hubiéramos actuado distinto. Quizás no habríamos sido tan confiados e ingenuos. Eso nunca lo sabremos.

Aunque tal vez siempre han estado entre nosotros, aguardando el momento idóneo para hacerse presentes, o quizás en la oscuridad de nuestra ignorancia. Porque pareciera que desde siempre han estado enhebrando una red de engaños que no nos hiciera sospechar nada, y entonces hacer lo que hemos estado haciendo desde que se presentaron ante nosotros; entregarles el planeta, los recursos y nuestras vidas, gramo por gramo, litro por litro y una por una.

            Llegaron el último día del año viejo, como si hubieran querido estar seguros de que su arribo no fuera a pasar desapercibido. Sin hacer ningún ruido, el mundo se despertó con la noticia de que todas sus capitales y áreas urbanas estaban siendo sobrevoladas por enormes estructuras ajenas a nuestro planeta. Eran unos gigantescos andamios metálicos tubulares e interconectados, como un modelo atómico, que emitían una vibración casi imperceptible pero constante, a través de unas pequeñas varillas, como antenas que le sobresalían a los lados. El zumbido que estas vibraciones producían no era molesto, ni parecía afectar a algún ser vivo, pero todos los sistemas de comunicación quedaron bloqueados.

Sin excepción, todas las naciones del mundo se pusieron en guardia, principalmente las potencias económicas y militares, pero se toparon con la novedad de que sus sistemas de defensa y ataque estaban inutilizados. Nuestras más poderosas armas eran tan eficaces como lanzar al cielo una maldición, o escupir para apagar un incendio. Estábamos indefensos e inmersos en la incertidumbre y el caos.

Los disturbios sociales no se hicieron esperar. Rápidamente las principales capitales mundiales se vieron consumidas por el fuego provocado por motines callejeros, vandalismo y terror de nuestros propios ciudadanos. Hubo suicidios en masa, y la economía se desplomó como nunca antes había ocurrido.

Todos teníamos miedo y cada hora que pasaba nos desmoronábamos más, hasta que una señal del cielo estremeció al planeta entero con un primer mensaje de los invasores:

–No tengan miedo… venimos en paz.

El mensaje cimbraba los cielos del mundo en todos los idiomas y dialectos. Era evidente que nos conocían muy bien, aunque nosotros no a ellos, por lo que no teníamos ni idea de qué podríamos esperar de ese primer encuentro.

            Sobra decir que nadie pudo celebrar el año nuevo, ni dormir nada esa noche, o las que le siguieron. Yo estaba temeroso, pero al mismo tiempo emocionado. Me sudaban las manos y en la espina dorsal podía sentir cómo una ligera corriente eléctrica recorría todo mi cuerpo.

Yo trabajaba en una pequeña radiodifusora local como asistente de cabina, por lo que si había algo que supiera hacer muy bien, era estar atento a cualquier dificultad y guardar silencio en el proceso. En la mirada de todos se podía ver el miedo, incertidumbre y curiosidad, tal vez ésta última en menor grado que las dos primeras. La gente quería saber cada vez más de los invasores, sin que nosotros pudiéramos satisfacer sus exigencias, por lo que nos limitábamos a repetir una y otra vez la información existente.

Nuestra capacidad informativa había sido rebasada por mucho. Tampoco el gobierno nos aportaba nada nuevo. Ellos se limitaban a decir que estaban a la espera “de lo que pudiera pasar”, y nos pedían que invitáramos a la gente a mantener la calma y no salir de sus domicilios, al menos que fuera indispensable hacerlo. Al igual que nosotros, ellos no sabían nada, ni siquiera para poder especular acerca de un posible encubrimiento. También esto los había rebasado a ellos y encubrirlo sería querer tapar el sol con un dedo, o apagarlo de un soplido. 

            El primer contacto físico con estos seres sucedió ese mismo día, a la misma hora en que el día anterior habían transmitido su mensaje al mundo. De las enormes estructuras suspendidas en el cielo, bajaron unas esferas metálicas que se posaron suavemente en el suelo. Todos en la estación salimos a ser testigos de dicho acontecimiento, dando por hecho que esto estaría pasando en todo el mundo, y suponiendo que casi nadie estaría en casa escuchando la radio, sino presentes en el evento, o viendo la televisión. Era un argumento muy poco profesional, pero al menos era nuestra única excusa para dejar de transmitir en ese momento.

Del interior de cada una de las esferas salieron dos seres altos, con dos piernas e igual número de brazos, ataviados con trajes metálicos y cascos, que nos impedían verles los rostros. No parecían estar armados y sus movimientos eran muy sutiles, como si no quisieran asustarnos más de la cuenta. Así, paso a paso, se fueron acercando a la muchedumbre que rodeábamos el evento, hasta que se despojaron de sus cascos.

Todos los presentes estábamos atentos a la gran revelación que estaba por suceder. Por primera vez íbamos a ver el rostro de un ser venido de otro planeta y en vivo, sin edición, censura o algún tipo de encubrimiento gubernamental. El silencio era general y sólo el sonido de nuestra respiración y corazones se podía percibir en el ambiente. Entonces sucedió, en medio de una muchedumbre enmudecida.

Sus rostros eran simples, aunque no sabría cómo describirlos. Nos causaban cierta repulsión, pese a que no eran del todo desagradables. Eran enigmáticos, de piel lampiña y ojos pequeños, eran seres de otro planeta pero eran como nosotros, quizás demasiado.

Se reunieron con los líderes del mundo en la primera cumbre con puertas abiertas, por exigencia de los ya no llamados “invasores”, sino “visitantes”. Decían que no tenían nada que esconder y querían que el planeta entero fuera testigo de su mensaje de “buena fe”. Dijeron ser originarios de un sistema planetario muy viejo y en decadencia. Su planeta nativo estaba condenado a morir por causa de la estrella que por tanto tiempo les había dado calor, luz, vida y sustento. Por lo que se vieron obligados a buscar nuevos lugares dónde habitar. Pero eso era historia vieja para ellos, por lo que ya no podían decir que eran de un mundo en específico, sino de muchos. Por lo que después de establecerse en diferentes y lejanas galaxias, consideraron que era necesario ir en búsqueda de nuevas formas de vida.

–El Universo es tan vasto y diverso, que la única manera de no sentirnos solos y perdidos en su inmensa oscuridad, es buscar a otros como nosotros. Extenderles nuestra mano y caminar juntos hacia la luz del conocimiento y la verdadera comprensión –dijeron antes de ser vitoreados por todos los presentes, quienes nos pusimos de pie para aplaudirles por un buen rato.

Como todo fenómeno social, desde un inicio empezaron a surgir simpatizantes, retractores e indecisos como yo. Su discurso era atrayente y los resultados de su presencia en nuestro planeta provocaron que cada vez fueran más sus seguidores que aquellos que no terminaban por creerles del todo, hasta que de éstos no quedó ninguno. Mas no fue con métodos represivos cómo acabaron con la disidencia, esto tal vez la habría fortalecido, sino a través de hechos fehacientes, promesas cumplidas y la nula posibilidad de probar algún dicho en su contra.

Nos prometieron la cura para todas las enfermedades conocidas hasta entonces y cumplieron. Desintoxicaron el aire, suelo, mantos acuíferos, ríos, lagunas y mares. Era como haber vivido en penumbras y de repente, tener de frente un nuevo amanecer, uno más claro y próspero, un paraíso. Nos entregaron todo, mas no nos estaban pidiendo nada a cambio. Debimos de haber sospechado en ese momento. ¿Quién da todo por nada? Pero no lo hicimos y ahora ya es demasiado tarde.

Estábamos tan distraídos en el recuento de sus bendiciones, que no nos fijamos en la red venenosa que habían estado tejiendo a nuestro alrededor. El mundo estaba en paz y el planeta más sano que nunca, hasta que se cumplió el primer aniversario de su arribo. La gente empezó a enfermar y morir como nunca antes en la historia. Ni todas las guerras, pandemias, ni desastres naturales juntos habían cobrado tantas vidas en tan poco tiempo.

Como fieles devotos a un Dios que nos había dado todo, acudimos a los visitantes para que nos sacaran también de este atolladero, pero ellos nos cerraron las puertas, abordaron sus esferas y volvieron a las estructuras que seguían suspendidas sobre las ciudades. No entendíamos qué pasaba. No sabíamos qué habíamos hecho para enojarlos tanto, y nos abandonaran cuando más los necesitábamos. Hasta que por fin nos dimos cuenta de que no nos iban a salvar esta vez, porque ellos habían sido los que planearon nuestra caída desde un inicio.

La primera prueba que cuestionaba la “buena fe” de los visitantes era que aquellos que habían recibido las curas “milagrosas”, fueron los primeros en morir. Uno a uno, cada persona que fue atendida por la medicina alienígena, pereció casi al año de su tratamiento. No nos curaron, sino enfermaron con un virus que anulaba toda la sintomatología de los demás padecimientos, sólo para desencadenarse violenta y fulminantemente al año de su inoculación. Parecía algo tan absurdo y paranoico que muchos nos negamos a creerlo. ¿Por qué habrían de hacer algo así? ¿Si tenían la capacidad de matarnos a todos, por qué esperar todo un año para hacerlo? ¿Por qué se tomaron tantas molestias en recorrer la enorme distancia que había entre su planeta y el nuestro, sólo para conocernos y matarnos? ¿Qué ganaban ellos con nuestra muerte? Las preguntas nos confundían y la imposibilidad de responderlas nos oprimía el alma, y nos dejaba algo más que un simple dolor de cabeza. Mas no tardamos mucho tiempo en darles respuestas, y éstas fueron tan desgarradoras y repentinas como la enfermedad misma que nos habían dejado.

Nosotros nunca les importamos ni un poco. Lo que en realidad buscaban no era otra cultura hermana con la cual caminar “hacia la luz”, sino un planeta al cual saquear impunemente como un ladrón meticuloso, que entra a tu casa y repara todo aquello que esté roto, se gana tu confianza para luego envenenarte lentamente y, mientras aún agonizas, llevarse el objeto más preciado que tenga a su alcance, en nuestro caso; el agua.

La segunda prueba fue la última. De un día para otro el mar se convirtió en una gigantesca fosa común, dónde todas las criaturas que en él habitaban: desde las más pequeñas hasta los gigantes más colosales, yacían muertas o agónicas sobre la arena y rocas desnudas del fondo. Lo mismo ocurrió con los ríos, lagos, lagunas, pozos, glaciares… en fin. No quedaba ni una sola gota de agua en el planeta.

Quizás sobra decir que ese mismo día los saqueadores también se fueron, dejándonos moribundos y secos. ¿A dónde? Quién sabe, tal vez a su propio mundo para descargar el resultado de su pillaje e iniciar los preparativos para su siguiente cosecha. Tal vez ni siquiera tengan un mundo propio al cual regresar, y simplemente se fueron a otro planeta tan rico en vida como lo fuera éste, sólo para dejarlo seco, muerto y a la deriva. 

Eso es todo, simple y llanamente. De seguro en mi mundo no quedará nadie con vida para el día de mañana y quizás esa sea la buena noticia. La mala es que ellos siguen allá afuera.

No sé si esta transmisión vaya a servir de algo. Ignoro si será capaz de ir más allá de la capa atmosférica que herida de muerte nos rodea. Desconozco si ésta habrá de llegar a tiempo a tu mundo o si arribará demasiado tarde. Si es esto segundo no me queda más que desearte una muerte rápida. Si es lo primero te pido que mantengas los ojos abiertos. No te fíes de nada que venga de afuera, ni siquiera de mi transmisión. Pueden parecer tus amigos, pero no lo son. No te dejes engañar por sus palabras o promesas. Que no te confunda su fragilidad física o su andar pausado. No les creas cuando hablen de o en nombre de Dios. No sé de dónde vengan, en qué crean, ni quiénes son realmente, sólo sé que son mortalmente peligrosos y entre ellos mismos se hacen llamar: “humanos”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario