viernes, 18 de noviembre de 2011

31 de diciembre

-I-

Esta mañana desperté un poco antes de las seis. A mi lado estaba el amor de mi vida, como cada día desde hace más de cincuenta años. Su pelo pinta más de una cana, así como el mío, al menos el poco que me queda. Su piel ya no es tan suave, ni sus mejillas tan tersas o sus labios tan carnosos como cuando la conocí. Pero no es ni su piel, sus mejillas, labios o cuerpo lo que hace que cada vez que despierto le agradezca al responsable de todo esto el que ella siga conmigo, y yo… siga perdidamente enamorado de ella; mi esposa.

            Nunca tuvimos hijos, yo no puedo y ella no quiso tenerlos si no era conmigo. Tampoco adoptamos, quizás por egoísmo o tal vez consideramos que no era necesario el llanto o la risa de un niño para completar nuestro hogar.

            Su vista ya no es lo que era, lo cual agradezco pues yo tampoco luzco como hace cincuenta años. Sus piernas siguen cautivándome como la primera vez que las vi caminando por la calle, aunque ahora le duelan de vez en cuando y se tenga que ayudar de un bastón para subir las escaleras. Sus manos son tan suaves como siempre, o será que las mías son tan ásperas que no notan la diferencia.

En pocas palabras, muchas cosas han cambiado, pero sigue siendo lo primero que mis cansados ojos ven por las mañanas, y lo último que entre lágrimas de felicidad contemplo por la noche. En espera de un nuevo amanecer y una nueva oportunidad de verla otra vez a mi lado.

-II-

Hoy es un día especial, es el último del año y nuestros amigos más cercanos nos han invitado a celebrar en un salón muy bonito que hay en el centro de la ciudad. Ella como siempre está muy emocionada, pues tiene un pretexto estupendo para estrenar ese vestido negro de tirantes que se compró hace unas semanas. Al principio no se decidía a llevárselo, pero sólo era cuestión de hacerle saber lo bien que se le vería puesto, para que se le olvidara el precio y lo trajera a casa.

            Yo no estoy tan entusiasta por el hecho mismo. Soy un hombre de casa, para mí ya es todo un paseo ir de compras al supermercado. Pero con tal de verla sonreír, soy capaz de ponerme mi mejor traje, con todo y corbata de moño, o chistera de mago.

Verla feliz ha sido el objetivo de mi existencia desde que la conocí; una meta gozosa que no ha sido nada fácil, pero tampoco imposible. Hemos tenido nuestros pleitos como todas las parejas. Incluso hubo un tiempo en que parecía que la relación se vendría a pique, pero nuestro amor fue un flotador infalible que no permitió que nuestras diferencias minaran la estructura o el casco del navío que compartimos, del cual (por supuesto) yo soy el marinero y ella mi capitán.

-III-

Ella fue actriz por eso le gusta lucirse ante todo público, sobretodo si lo que viste la hace ver tan hermosa como esta noche. Yo era fotógrafo y creo que sobra decir que ella siempre ha sido mi modelo preferida. Cuando nos hicimos novios, tanto sus amigos como los míos decían que éramos la pareja perfecta, pues a ella siempre le ha gustado que le tomen fotografías y a mí me fascina tomárselas.

            Hoy no habrá de ser la excepción, por lo que cargo conmigo la vieja cámara y empaco en su estuche tantos rollos como pueda guardar. Eso es lo primero que he preparado, ya luego me ocuparé de qué me he de poner esta noche. Soy conciente de que en el momento en que entremos al salón, las miradas que lleguemos a captar se fijarán más en ella y su atuendo, que en lo que lleve puesto yo.

            Ha invertido media tarde, pero ya está lista. Se ha recogido el pelo con pasadores y lo ha decorado con un hermoso moño, que hace que su cuello y espalda se vean aún más encantadores que de costumbre. Se ha puesto sus aretes favoritos, aquellos de plata y en forma de media luna que hacen que el brillo natural de sus ojos resalte. Su collar es discreto, y lo más llamativo de él es el pequeño dije en forma de delfín que le regalé el mismo día que aceptó ser mi esposa.

Dicen que los delfines simbolizan la inmortalidad, al ser los encargados de transportar las almas entre una reencarnación y otra, pero ¿quién sabe? El caso es que hoy que vi que traía puesto a aquel bribonzuelo que vivió en su pecho antes que yo, estuve a punto de pedirle que no saliéramos y festejáramos en casa sólo nosotros dos.

-IV-

Ya casi son las ocho de la noche y el salón donde se celebra el evento está a reventar de tanta gente. Hay jóvenes y varios contemporáneos que tal vez no encontraron lugar en las mesas de sus hijos (o yernos y nueras) para despedir el año en familia. En la nuestra ya han llegado todos los “chicos” y “chicas” de nuestra generación. De veras que estamos hechos unos “chamacos”. Todos con nuestro rosario de pastillas que religiosamente invocamos en voz alta; para regular la presión, fortalecer el hígado, defender el riñón, mejorar las articulaciones, agudizar la visión, regenerar los huesos, combatir el colesterol, prevenir las agruras, controlar el azúcar y demás achaques que seguirán con nosotros hasta que la muerte nos caiga encima, como un pesado telón sobre el escenario.

            Como cada año, pasamos lista y recordamos a aquellos que no pudieron terminar este año, o por cualquier otro motivo no están esta noche con nosotros. Duele recordar a aquellos que se nos han adelantado, y como los pavos han muerto en la víspera, pero dejarlos en el olvido es un lujo que le pertenece al tiempo y no a nosotros. Alzamos las copas y pedimos volver a reunirnos el año siguiente y que las agruras de mañana sean más benévolas que las del año pasado.

-V-

Ya han tocado las doce campanadas y las uvas se nos han atragantado como cada año. Todos nos abrazamos y deseamos lo mejor para el ciclo que apenas empieza, aunque el chicuelo ya venga bastante desvelado.

Mi cámara está tan activa como en los viejos tiempos, aunque ahora se me haga más pesada que de costumbre. Pero mientras mi hermosa modelo no se canse de posar, no veo por qué dejar de complacer a la cámara con su belleza.

            Los fuegos artificiales y demás cohetes explotan en el aire y decoran el cielo con estruendosos destellos multicolores. Todos voltean a ver el cielo maravillados, mientras yo sólo espero tener los rollos suficientes para atrapar el brillo de mi eterna amante, quien no ha dejado de sonreír con la mirada y sigue siendo tan coqueta e intrigante como el día en que la conocí.

            Muy despacio dejo de oprimir el obturador, bajo la cámara y de frente a mi modelo le digo que la amo y ella me responde con un beso en los labios. Ya no se siente lo mismo que cuando nos besamos por primera vez, hace tantos años, pero persisten las manos sudadas y temblorosas. No será lo mismo, pero lo que experimento no es menor a aquello que sentí cuando le pedí que envejeciéramos juntos y ella guardó silencio hasta que me regaló el más dulce de los besos y dijo que sí.

-VI-

Cada vez se hace más noche o más de mañana, como se quiera ver. Ya nuestros amigos y demás contemporáneos se han ido marchando. Sólo quedamos mi amada y yo abrazados en un baile eterno en medio del salón. Hasta que las nuevas generaciones se adueñan de la pista, y con sus brincos y música estridente nos obligan a seguir nuestra danza de amor en otra parte.

La noche es joven aunque nosotros ya no tanto. Pero eso no impide que por sólo una noche volvamos el tiempo atrás y enfrente de una fuente saquemos una moneda y la arrojemos al aire, mientras pedimos en voz baja un deseo: “Que el día de hoy se repita eternamente”.

Luego me pierdo en su mirada y creo ser capaz de ver mi pupila reflejada en la suya. Hasta que cierra los ojos y forma un corazón con sus labios. No necesito nada más para hacer latir mi corazón, despertar mis sentidos y desear que la muerte signifique vivir una eternidad a su lado.

-VII-

Esta mañana desperté un poco antes de las seis. Con la extraña sensación de haber vivido este momento antes. A mi lado estaba ella como cada mañana desde hace más de cincuenta años. Su piel ya no es tan suave, sus mejillas tan tersas o sus labios tan carnosos como cuando la conocí. Pero no es su piel, mejillas, labios o cuerpo lo que hace que cada vez que despierto le agradezca al responsable de todo esto, el que ella siga conmigo y yo, como cada día, siga perdidamente enamorado de ella; mi esposa…




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