domingo, 20 de noviembre de 2011

Del otro lado

-I-

Por varios días un insistente goteo proveniente del otro lado del muro me había hecho muy difícil conciliar el sueño. A simple vista no me era posible identificar el problema, por lo que asumí que el desperfecto habría de estar en la vieja tubería que recorre la casa. Nunca he sabido cómo reparar ese tipo de problemas, por lo que llamé al primer plomero que encontré en la guía telefónica, y le expliqué mi circunstancia. Él no tardó mucho en llegar acompañado de un par de trabajadores más, porque tendrían que abrir la pared para encontrar el desperfecto.

En menos de quince minutos ya habían abierto un hueco en el muro y encontrado la razón del persistente goteo. Pero no era una fuga de agua, sino los fluidos corporales de un cadáver en estado avanzado de putrefacción lo que golpeteaban contra la tubería. Yo estaba más conmocionado por el descubrimiento que el plomero y sus ayudantes. No lograba entender cómo o quién podría haber colocado eso ahí. La cabeza me daba vueltas y cerraba los ojos con la esperanza de que todo fuera una pesadilla.

El plomero y compañía salieron corriendo y me dejaron sólo frente a todo eso. Yo estaba paralizado, pero hice lo que en ese momento me pareció que era lo correcto. Llamé a la policía y después, conciente de las posibles implicaciones, contacté a un amigo que es abogado.

Julio, mi amigo, no tardó tanto en llegar como la policía, lo cual era un alivio pues no tenía idea de cómo afrontar una situación como esa yo solo. La autoridad tomó fotografías de toda la casa, buscó huellas, decomisó el marro con el que se había abierto el muro, y extrajeron el cadáver, que más tarde sabría que era el de una mujer. Yo estaba mudo y Julio era el que hablaba por mí, mientras los agentes policíacos me veían de reojo, como si fuera un criminal o estuviera encubriendo algo. Trataban de intimidarme y lo lograron de inmediato.

Los forenses de la policía no tardaron en identificar al cadáver por medio de una reconstrucción facial por computadora. La imagen era nítida, pero no dejaba de ser el de una desconocida para mí. Pero nadie habría de creerme eso, porque según las fotografías que tomaron del interior de mi casa, yo la conocía perfectamente, de hecho era mi esposa.

Todo era cada vez más confuso y perturbador. Incluso Julio admitía haber sido mi padrino de boda.

–Eres mi amigo desde hace años, pero no sé qué juego te traes. ¿Cómo se te pudo ocurrir una cosa tan absurda? Ignoro si fuiste tú la causa de la muerte de Alejandra o fue un accidente que… quién sabe por qué trataste de ocultar. Pero no puedes decir que desconoces a “alguien” y tener retratos de “esa persona” por toda la casa. Además, tú no eres precisamente un ermitaño y muchos te hemos visto con tu esposa. De hecho me extrañó mucho llegar a tu casa esta mañana y que no fuera Alejandra quien me recibiera con una taza de café en la mano –me dijo Julio en el centro de detención.

Yo seguía mudo y sentía como si la cabeza me fuera a estallar en cualquier momento.

–Yo no maté a nadie y no tengo ni idea de quién es esa tal “Alejandra” de la que hablas. Tampoco sé cómo llegaron esas fotos a mi casa o por qué aparezco en ellas con esa mujer. Bien sabes que nunca me he casado y no sé cómo o por qué insistes en seguir hablando de una vida que no es la mía –le dije enojado.

Entonces Julio salió a hablar con uno de los guardias, y sólo regresó a decirme que haría todo lo que estuviera en sus facultades para ayudarme.

Luego me pidió que me tranquilizara un poco. Desde entonces no lo he vuelto a ver.

-II-

No fui a parar a la cárcel, pero me recluyeron en una Institución psiquiátrica donde me han examinado todo tipo de psicólogos, y he sufrido un sin fin de estudios físicos y mentales.

Aún no sé que pensar pero sólo se me ocurren dos posibilidades; maté a mi esposa, guardé su cadáver en un muro y la culpa ha sido tan insoportable que borré de mi memoria cualquier cosa relacionada con su asesinato, o no maté a nadie, ni conozco a la mujer que dicen que es mi esposa y no soy más que la víctima de una confabulación, no sé si en mi contra o sólo soy un “chivo expiatorio” al que se le atribuye un crimen que no cometió, sólo para proteger a alguien más.

De cualquier forma, ninguna de las dos opciones tiene mucho sentido para mí, aunque la primera me golpea la cabeza tan fuerte como el marro que destrozó mi pared.

            La confusión no sólo reina estando despierto, pues hasta mis sueños ya no parecen ser míos realmente, sino de alguien más; pesadillas propias de una mente retorcida y perturbada, pero todas giran al derredor de los mismos elementos.

A veces sueño que estoy en casa y oigo que alguien toca persistentemente la puerta, pero cuando corro a atenderla, en la mayoría de las ocasiones no hay nadie afuera, pero a veces está esa mujer, la tal “Alejandra”. Por lo general siempre está lloviendo en el sueño y ella está empapada. Entonces la dejo pasar, aunque no desee hacerlo. Le ayudo a secarse con una toalla, mientras ella permanece impávida, como ausente. De repente ya no es agua lo que le escurre, sino sangre y trozos de carne que se le desprenden del cuerpo. En ocasiones eso no es suficiente para despertarme, y sigo en el mundo onírico impregnando la toalla con la humedad sangrante del cadáver. A veces me ve y sonríe, en otras ocasiones llora, pero generalmente me toma del cuello y me sofoca hasta morir.

            El sueño es repetitivo aunque los elementos cambian continuamente. No siempre es ella la que toca a la puerta, a veces soy yo y ella me abre. Ocasionalmente siento que soy yo y termino siendo ella, o cuando abro la puerta me encuentro conmigo empapado de lluvia y sangre.

            Sólo una vez soñé que no era nadie, salvo un espectador mudo. Entonces La vi a ella leyendo una revista en la sala, cuando tocan a la puerta. Afuera llueve como si nunca más fuera a hacerlo, y los relámpagos hacen palidecer las luces de las lámparas que iluminan las paredes. Ella va a la puerta y abre. Yo estoy del otro lado, pero no soy yo, o al menos no siento ser esa persona que llega empapada y carga un paraguas defectuoso, que opta por dejar afuera. Luego entra, se besan y dicen algo, mas no logro escuchar qué cosa. De repente y tras un fuerte trueno, la luz de la casa se extingue y sólo se pueden apreciar las centellas del cielo. Oigo barullo, pero no logro ver o distinguir qué pasa. Entonces un nuevo relámpago ilumina el interior, y veo cómo ambos se matan a cuchilladas.

-III-

Nadie me quiere decir cómo fue que murió la mujer del muro. Afirman que en mi actual situación, tener ese tipo de información me sería más perjudicial que benéfico. Tanto misterio alimenta aún más mi paranoia y fortalece la idea de que todo esto no es más que un engaño. Los sueños podrían ser un voto en contra de mi cordura, pero creo que cualquiera que estuviera en mi predicamento empezaría a ver fantasmas, aún bajo los rayos del sol.

            Estoy en un punto en el que desconfío de los medicamentos que me han dado las enfermeras y el tratamiento de los médicos. Sospecho del plomero, sus ayudantes y hasta del propio Julio. Aquella rapidez con la que acudió a mi llamado ha dejado de ser providencial y empieza a ser intrigante. ¿Cómo es que pudo llegar antes que la policía, cuando él vive del otro lado de la ciudad? Él es abogado y conoce a mucha gente, no le hubiera implicado ningún problema pedirle a alguien que falsificara las fotos en las que aparezco con esa mujer, o los documentos pertinentes para aparentar un matrimonio. Lo último que me dijo fue que haría todo lo posible para ayudarme, pero sigo encerrado. La cárcel no tendría por qué ser más agradable, pero al menos podría buscar otro abogado, en cambio aquí me siento como un animal enfermo al que no saben si curar o sacrificar de una buena vez.

Pero no puedo estar pensando todo esto de él, Julio es mi mejor amigo. Tal vez él no tiene nada que ver, o nunca pensó en involucrarme, quizás sólo intentaba deshacerse del cadáver de esa mujer. ¿Entonces por qué truquear las fotografías? ¿Por qué asegurar que yo estaba casado con esa persona?

Por otro lado, tal vez no hay ningún truco y yo maté a esa mujer y la oculté del otro lado del muro, tan cuidadosamente que ni yo mismo sabía que estaba ahí… No, eso es imposible.

Asumiendo que no es necesario poseer alguna habilidad especial para matar a alguien, eso no significa que sea igual de sencillo ocultar un cadáver. Yo no sé nada de construcción, soy dentista no albañil. ¿Cómo podría colocar el cuerpo de una mujer en un sitio semejante y volver a dejar el muro como si nunca hubiera sido abierto? Sé trabajar con yeso, pero no es lo mismo hacer moldes dentales que reparar una pared. Además, si fui capaz de hacer todo eso ¿para qué pedir la ayuda de un plomero para reparar la supuesta fuga…? Tal vez para crear una coartada… ¿Pero qué estoy pensando? Ahora hasta mi cabeza duda de mi inocencia.

-IV-

Ya no sé cuántos días llevo encerrado en este lugar, después de la quinta semana dejé de llevar la cuenta. Entre sedantes, pesadillas y teorías de conspiración, ya no sé qué es real y qué no. Cada minuto que pasa me convenzo más de que he perdido la razón.

Dormido no estoy en paz; soñando una y otra vez con lo mismo. Despierto no es diferente; por un incesante goteo que parece que sólo yo escucho. Es un “tlic, tlic” que me está volviendo loco.

            Pero no es mi imaginación, salvo que mis oídos se hayan confabulado con la vista y el tacto. No sólo escucho el goteo, también siento la humedad en las paredes y ahora veo cómo se ha empezado a embolsar el techo por la gotera. Entonces la enfermera llega con mi dotación de medicamentos y un vaso de agua. Una gota le cae en la cara, pero ella no parece sentir nada, sólo me da las pastillas, se cerciora de que me las haya tragado y se va sin dirigirme la palabra.

            El techo está lleno de goteras y el agua escurre por las paredes. Las pequeñas gotas en el suelo se han vuelto charcos, pero el agua no se cuela por la puerta; se queda en la habitación conmigo.

Me pongo de pie y chapoteo en el agua helada hasta el comunicador de la entrada para pedir ayuda. El guardia se asoma por el pequeño cristal de la puerta, mas no hace nada y vuelve a su lugar.

            Ahora el agua me llega hasta las rodillas y las paredes se han llenado rápidamente de moho y empiezan a desmoronarse. Entonces me parece escuchar la risa de una mujer que se mezcla con el “tlic, tlic” de las gotas, hasta que todo se concentra en una sola pared.

La risa cada vez se vuelve más clara en la medida en que el muro se degrada hasta formar un boquete. Al otro lado está el cadáver que arruinó mi vida, aunque sigo sin estar seguro de si yo fui el que arruinó la suya primero. Su presencia hiede y me revuelve el estómago.

            Grito pidiendo ayuda, pero nadie acude a mi llamado. Estoy solo y ese cuerpo ha dejado de estar inerte. Ella me percibe sin abrir los ojos y fija sus sentidos en mis movimientos. La risa se ha detenido al igual que el goteo. Entonces la mujer sale del muro, dejando tras de sí algunos trozos de ella misma que se hunden hasta el fondo y pigmentan el agua de rojo y negro. Cada vez está más cerca de mí, y no detiene su marcha, lenta y segura, hasta que sólo nos separa un paso.

            –Te lo di todo y tú sólo me regalaste la fría y húmeda muerte –dice sin abrir la boca, pero estremeciéndome la piel.

            –Yo no sé quién eres o quién crees que soy yo. Pero si buscas venganza, te has equivocado de persona. No sé quién te mató ni qué hacías en mi pared. Créeme que fue una desagradable sorpresa encontrarte ahí, y no ha sido menos sorprenderte o desagradable verte ahora. Por lo que si sólo eres producto de mi imaginación, o una mala jugada de mi desorientada cordura, te pido que me dejes tranquilo, que ya estoy bastante confundido como para andar lidiando con muertos vivientes –digo y me cubro el rostro con la esperanza de que ese espanto desaparezca, pero el frío, la humedad y ese nauseabundo olor me sacan del engaño, obligándome a descubrirme la cara y verla nuevamente.

            Nos quedamos frente a frente por una eternidad, hasta que ella me besa en la boca. Su aliento es frío y fétido, mas no me separo de ella. Luego desaparece con todo y agua. Entonces me percato de que ya no estoy en el hospital, sino en mi casa. Todo ha sido una pesadilla… Bueno, casi todo pues aún escucho ese “tlic, tlic” del otro lado del muro.

            Me paro de la cama, camino hasta mi molesto enemigo y golpeo contra la pared… El sonido se ha ido. Incrédulo, pego la oreja en el muro y no escucho nada. Pero al mirar alrededor observo el retrato de la mujer de mis pesadillas. Ella me sonríe desde la foto y todo empieza a darme vueltas. Despego la oreja, pero no puedo alejarme de la pared. Múltiples brazos me han atrapado y siento como si el muro me devorara. La presión es insoportable y entonces… despierto.

-V-

Estoy en casa, una vez más me quedé dormido sobre el escritorio y las placas dentales. Todos esos químicos que manejo en el consultorio deben ser la causa de mis constantes pesadillas. Si le contara a Julio mi sueño, seguramente me recomendaría a un especialista o se reiría un rato a mis costillas.

            Afuera está lloviendo copiosamente y apenas logro escuchar que alguien está tocando a la puerta. Debe tratarse de una emergencia porque bajo esta lluvia y a las tres de la mañana ¿a quién se le ocurriría visitar al dentista? Quizás sea un viejo cliente que no tiene mi nuevo número o ignora que ya no doy consultas en la casa.

            Me quito la pereza de encima, y me asomo por la mirilla de la puerta. No veo a nadie pero aún así pregunto “¿quién es?” sin obtener respuesta. Me alejo de la puerta y pienso que pudo haber sido sólo una ilusión auditiva, producida por la lluvia que pega contra los cristales. Pero vuelven a tocar, ahora con el timbre. Me asomo nuevamente, pero sigo sin ver quién es. Entonces abro la puerta y la veo a ella; Alejandra.

            –Pero es imposible… No puedes ser tú… Se supone que estás muerta. Yo… te maté –digo entre balbuceos y retrocediendo mis pasos.

Ella no dice nada y entra empapada, entonces un relámpago revela que mi pesadilla apenas comienza. Alejandra está parada frente a mí, pudriéndose y sujetando un cuchillo en su mano derecha, y en la otra lleva algo mucho más desagradable; la cabeza cercenada de Julio, la cual deja rodar hasta mis pies.

            Alejandra está muerta. Yo la maté a cuchilladas y arrojé su cadáver al drenaje, aconsejado por Julio. Ella estaba a punto de demandarme por adulterio y exigirme el divorcio. Sólo su muerte podría impedir el escándalo y mi ruina financiera. Mi amigo me ayudó con el cadáver y todo el papeleo de su desaparición, incluso le inventó un amante y un supuesto viaje al extranjero. Ante todo el mundo, ella me había abandonado por otro, y Julio contaba con las fotos para demostrarlo, aunque en verdad se estuviera pudriendo en la cañería de la ciudad.

            Ahora la tengo a menos de un paso, y al cuchillo lo siento cada vez más cerca… ya en mis entrañas.

Las piernas no me responden y creo que el mal olor ya no sólo emana de ella. Sé que esta vez no habré de despertar de mi pesadilla… porque esta vez no estoy soñando.    

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