viernes, 18 de noviembre de 2011

El fuego del dragón

El rey de los enanos

-I-

Si algún extranjero visitara nuestra aldea, quizás se vería tentado a pensar que entre nuestros plácidos cultivos, pequeñas y aparentemente frágiles viviendas de madera y barro cocido, o los pintorescos jardines colgantes con flores multicolores y verdes hojas, es imposible que se geste un espíritu guerrero capaz de realizar ni la mitad de las proezas que nuestras leyendas cuentan. Pero estarían cayendo en una terrible equivocación.

Ya lo dicen nuestros habitantes más venerables, viejos y sabios: “Los dragones más feroces duermen entre las más hermosas flores”. Tal vez seamos pequeños y algunas de nuestras historias sean poco precisas, pero eso se debe más al paso del tiempo que a un afán de engañar al incauto que se anime a escuchar la voz de un enano.

            Somos un pueblo honesto y trabajador que ha aprendido a navegar a contracorriente y llegar a tiempo a nuestro destino. La palabra de un enano es tan firme como las colinas que nos sustentan y los campos que nos dan de comer. Pese a lo que se dice de nosotros, al menos en mi pueblo no existe la avaricia que ha erradicado a muchas otras culturas y dejado en la más profunda pobreza económica e intelectual.

No atesoramos joyas, amuletos o monedas, salvo nuestras piedras de fuego; que son esferas de cristal de roca negra, que en el centro parecen albergar una chispa de luz, como una estrella atrapada en un trozo de piedra. Éstas son el único tesoro que conservamos de un pasado que permanece ajeno y distante.

Tan pronto nace un enano, se le coloca un collar que tiene como dije “su propia” piedra de fuego, de la cual nunca se desprende, salvo por dos motivos: cuando se establece con quien ha aceptado ser su pareja e intercambian piedras, como muestra del compromiso, o cuando se muere. Entonces la piedra es entregada al ser querido más cercano y el cadáver es enterrado en el jardín de los ancestros, donde sus deudos habrán de sembrar un árbol y en sus cimientos deberán depositar la piedra de fuego.

Así es, somos ceremoniosos, pero qué le vamos a hacer. Eso nos ayuda a recordar quiénes somos. Además de que nos invita a no olvidar a aquellos que han compartido su pequeño trozo de eternidad con nosotros.

Tal vez no sepamos cuándo fue que los primeros enanos abandonaron las entrañas de la tierra, pero no hemos olvidado que así fue. ¿Qué pasó antes? No lo sé y nadie lo sabe. Pero se cuenta que los primeros enanos emergidos quedaron tan sorprendidos de las bellezas iluminadas por los rayos del sol (y la dulzura de las fresas), que inmediatamente olvidaron lo que habían dejado atrás de ellos. Aunque no se descarta que además de eso su pasado haya sido tan doloroso, amargo y oscuro, que prefirieron prescindir de su recuerdo.

En cuanto a lo que ocurrió después, eso lo sabemos todos, de generación en generación nos hemos contado siempre la misma historia. De eso nos hemos encargado todos aquellos que la vivimos. La cual no es divergente a la versión que tienen los demás de la misma, incluyendo entre éstos a los gigantes. Porque nuestra historia bajo los rayos del sol va de la mano con la de ellos. Enanos, gigantes de las montañas y colosos de hielo, entre todos hay una historia de rocas, sangre, muerte, agua, fresas y nieve.

-II-

En ese entonces la sequía había hecho mella de nuestros campos y las fresas brotaban secas, pequeñas y amargas de los arbustos. Para empeorar las cosas, el rey había muerto sin dejarnos un heredero o sucesor designado que ocupara su lugar. Sólo nos dejó una afligida reina, que no tenía el menor interés de continuar en el cargo, y un sueño que nos comunicó a todos, una mañana antes de morir.

Aquel día hicieron sonar las campanas del palacio y como era costumbre, todos acudimos al llamado del monarca. Él estaba enfermo y cansado (también los enanos envejecemos), pero era intrépido, siempre lo había sido y no se mostró diferente en esa ocasión.

Se paró ante todos, alzó su hacha sagrada y gritó:

–¡Hijos míos! ¡Mucho me temo no poder acompañarlos por más tiempo! ¡La muerte me ronda como la blanca luna circunda el firmamento! ¡Pero he tenido una visión: un sueño! ¡Sé que transitamos por tiempos difíciles, pero hemos tenido peores, lo sé y algunos de ustedes comparten ese conocimiento conmigo! ¡Pero también sé que el futuro habrá de ser próspero! ¡Lo he visto! ¡He soñado con ello y sé quién habrá de guiarlos en esa nueva aventura! ¡No conozco su nombre o labor, ni siquiera sé si ya ha nacido, aunque mi débil corazón me dice que así es! ¡Ni siquiera sé si habrá de ser una, o uno de ustedes! ¡Básteles saber que será el corazón de este reino y que en su hombro derecho habrá de tener una marca con la cual podrán identificarlo con facilidad; una estrella de siete puntas!

Nadie sabía que ese día habría de ser la última vez que se dirigiría a nosotros, pero tan pronto supimos de su muerte la búsqueda de aquel o aquella que habría de sucederle comenzó.

-III-

El reino era pequeño como lo es hoy, así como sus habitantes, por lo que no nos demoramos mucho en reconocer que nadie poseía tal seña distintiva. Había lunas, tréboles, nubes y hasta mariposas, pero ninguna estrella de siete puntas. Lo más cercano fue una estrella de seis picos, que encontramos en el hombro derecho de una joven cosechadora de fresas. La cual fue llevada ante el consejo de los ancianos para que ellos determinaran si era suficiente para coronarla o no.

El consejo era presidido por la reina, quien consideró que la marca de la joven no correspondía a la profetizada por el rey, pero que al ser lo más cercano que se había podido encontrar, no podía ser pasada por alto. Pero aún tendría que demostrar que tenía lo suficiente para ser coronada.

Kim era el nombre de aquella joven cosechadora de fresas, quien era feliz con su trabajo y no tenía ningún deseo de poder o riquezas. Su mayor anhelo era levantarse todas las mañanas con los primeros rayos del sol, y su mayor riqueza era beber un poco de agua fresca del pozo, escuchar el trinar de los gorriones y recolectar fresas para el desayuno comunitario. Pero amaba a la reina, tanto como a su rey, y si ella creía que podría ocupar su lugar, entonces así habría de ser. Y si su majestad pensaba que antes de coronarse habría de pasar una prueba, así se le fuera la vida en intentarlo, con gusto aceptaría su destino.

La prueba no sería nada fácil, Kim tendría que ir al norte (donde las montañas le rascan la panza al cielo). Con el objeto de averiguar por qué los pozos que se nutren de su agua helada, estaban casi secos, cuando siempre habían estado rebosantes, incluso en los estiajes más prolongados. La misión era peligrosa, no sólo por lo accidentado del camino e inhóspito del tiempo, sino porque tendría que atravesar el reino de los gigantes de las montañas, y más allá de las tierras heladas, hasta los dominios de los míticos colosos de hielo.

Ésa era su prueba, mas no tendría por qué enfrentarla sola, aunque no hubo muchos enanos que se ofrecieran a acompañarla, de hecho sólo dos; O´Khan (el guardabosques que siempre había estado enamorado de Kim) y yo (su entonces bisoño aprendiz), que por nada del mundo me habría de perder la experiencia de conocer las tierras que reposan más allá de las nubes.  

-IV-

El viaje empezó muy temprano, cuando el sol ni siquiera asomaba alguno de sus rayos por encima del horizonte. Nunca antes alguien había ido hacía donde teníamos que ir, por lo que no sabíamos qué tanto cargar con nosotros o cuánto nos tomaría llegar a nuestro destino. Sin ningún tipo de experiencia, y basándonos únicamente en el tiempo que nos tomaba llegar a la laguna de los susurros (más allá del bosque de los gigantes verdes), calculamos que el viaje habría de durar más o menos treinta o cuarenta días, contados con pies pequeños y entre escabrosos riscos, hasta llegar a la cuna del agua; “las cascadas de los inmortales”.

No podíamos cargar en nuestras pequeñas maletas víveres para tantos días, y una carreta sería demasiado impráctica para el camino, por lo que nos abastecimos con lo más que pudimos y emprendimos la marcha, esperando que el viaje sólo durara la mitad del tiempo calculado.

-V-

Conforme subíamos las colinas y nos acercábamos al paso de las montañas y al reino de los gigantes, nuestras pequeñas mochilas se fueron vaciando, aunque contradictoriamente nos parecían cada vez más pesadas. Nos costaba trabajo respirar y entre el frío y el cansancio, los huesos y músculos nos empezaron a doler sin misericordia. Ni siquiera había nieve en las copas de los árboles, pero eso no impedía que el frío nos abofeteara sin clemencia el rostro.

De no ser por las piedras de fuego hubiéramos muerto congelados mucho antes de cruzar la primera de las montañas de la cordillera helada. Al menos yo, porque cada vez que se hacía de noche y empezaba a bajar la temperatura, O´Khan se aseguraba de cubrir con sus propios sarapes el cuerpo de Kim (sin que ella se diera cuenta), mientras él se mantenía descubierto casi toda la noche, y cuidando de que no se fuera a apagar la fogata. Yo no le decía nada, aunque siempre procuré apoyarlo lo más que podía. Pues sabía lo que él sentía por ella. Para mí Kim era quien pudiera llegar a ser mi reina, pero para O´Khan ella era el amor de su vida. 

-VI-

Cinco días después llegamos al reino de los gigantes de las montañas. Con las mochilas casi vacías y sin mayor arma que la voluntad de seguir adelante.

Los gigantes no eran nuestros amigos, ni siquiera nos veían dignos de ser sus enemigos, pero eran unos vecinos demasiado peligrosos como para querer convivir con ellos, o desear cruzarnos en su camino. Eso lo sabíamos muy bien. En un inicio, cuando los primeros enanos se establecieron en las colinas del sur, a los gigantes de las montañas les gustaba desprender enormes rocas de granito sólido, sólo para arrojarla sobre nuestro incipiente reino, y aplastar las pequeñas construcciones y sembradíos. No con el afán de iniciar una guerra o algo así, sino como una mera forma de divertirse o pasar el tiempo. Hacía ya varias cosechas de eso, pero no las suficientes como para sentirnos seguros al entrar en sus tierras.

Teníamos que ser cautos, no es bueno provocar a alguien que puede aplastarte de un pisotón. Aún quedaban al menos cinco días más antes de llegar a la cascada de los inmortales, y no podíamos dedicarle tiempo a un enfrentamiento que sabíamos perdido.

Por poco lo logramos, pero justo antes de abandonar sus dominios, un grupo de gigantes nos descubrió y sólo por curiosidad nos llevaron ante su rey.

-VII-

Todo nuestro reino cabía en el salón de armas del rey de los gigantes. Su castillo estaba construido con las piedras de la misma cordillera; tan fuerte y alto como una montaña. Lucía majestuoso y brillante bajo los rayos del sol, pero más tarde descubrimos que su brillo no era menor bajo la luz de la luna. Adentro se iluminaban con antorchas que colgaban de las paredes y varios espejos.

Yo imaginaba a los gigantes de las montañas tan primitivos como los del bosque, aunque mucho más violentos, pero la brillantez de sus pisos, la delicadeza de sus relieves, las esculturas talladas en las paredes, y finos acabados de los muebles y armaduras, me permitieron verlos de otra manera.   

Sentado en un brillante trono de cuarzo estaba su rey. Imponentemente ataviado con su corona de cristal, capa de piel, armadura de escamas de dragón, y una barba tan roja como el sol de la tarde y tan abundante como el jardín de los ancestros. Lucía como el más grande de los gigantes: como el rey de todos los reyes.

Nos dejaron solos frente a él (sobre un pedestal y cojín de terciopelo). Él se nos acercó y Kim le ofreció la última canastilla de fresas que nos quedaba. El rey la tomó con gusto y se fue comiendo la fruta una por una, como si fueran pequeños caramelos, hasta que llegó de nuevo a su trono. Entonces nos preguntó la razón de nuestra presencia en su reino.

Kim le respondió con soltura y cortesía, explicándole la naturaleza de nuestra misión y circunstancias, pero omitiendo todo lo relacionado al sueño de nuestro fallecido monarca, y al hecho de que al completar exitosamente el encargo, ella podría convertirse en la nueva reina de los enanos.

Al terminar, el rey asintió con la cabeza y entrelazó sus manos mientras se afilaba la barba con sus gigantescos pulgares. Después sonrió como cuando entiendes algo que te había costado mucho trabajo comprender plenamente, pero que una vez que lo captas por completo te resulta demasiado obvio.

–Hace tiempo que los había estado esperando, no sé cómo no me dí cuenta de que eran ustedes… Espero que perdonen mis modales, pero es que no sabía que estaba frente a la realeza… de lo contrario hubiera procurado atenderlos como se merecen. Espero que sus majestades acepten mis más sinceras disculpas –dijo y se inclinó ante nosotros.

–Nunca me ha parecido vergonzoso mostrar mi respeto hacia los otros y espero que hayan sabido perdonar la actitud que mis ancestros tuvieron hacia ustedes, y si no ha sido así…, entonces en nombre de ellos y mi gente les pido que nos disculpen. Quizás debí de haber enviado algún heraldo hace mucho tiempo, pero tuve miedo de crearles más confusión o iniciar una guerra innecesaria entre nuestros pueblos, pero ahora que tengo de frente al futuro rey y reina de los enanos, no veo una mejor oportunidad para disculparme y ofrecer mi ayuda en todo lo que necesiten, y mis capacidades puedan satisfacer –dijo con voz firme y sinceridad en la mirada.

Después nos extendió su mano. Todo eso nos dejó muy sorprendidos.

O´Khan pidió la palabra para aclararle al rey que de completar exitosamente la misión, Kim habría de tener la corona de los enanos y nadie más. Ante lo dicho, el rey se le quedó viendo muy extrañado.

Entonces me tomé la libertad de hacer de su conocimiento el contenido profético del sueño del rey de los enanos, lo cual dejó aún más confundido a nuestro anfitrión.

–No sé de qué me hablan e ignoro el sueño que su rey haya tenido antes de morir… lo que sé es que la hechicera más confiable de mi reino me habló de una visión que tuvo hace ya varias lunas. Donde tres valientes enanos habrían de venir a mi reino con el fin de devolverle los ríos a las montañas –dijo sujetando con firmeza su báculo de mando.

–Ella me dijo que los ayudara en todo lo que pudiera, no sólo por la naturaleza de su tarea sino porque uno de esos tres enanos habría de ser el nuevo rey de su pueblo. Me dijo que lo reconocería al llegar porque estaría acompañado de su inexperto aprendiz y de una bella joven, quién se convertirá en su reina –dicho que ruborizo tanto a O´Khan como a Kim, quienes se quedaron viendo sorprendidos. Pero al percatarse del rubor presente en sus rostros optaron por voltear a ver hacia otra parte.

–Y lo reconoceré cuando regrese porque en su hombro derecho tendrá la marca de la reina de las nieves; una estrella de siete puntas –concluyó el rey y no supimos cómo rebatirle su dicho.

Esa noche fuimos alimentados y hospedados en aquel majestuoso palacio, incluso el rey le pidió al más hábil de sus artesanos que nos hiciera tres pequeñas y hermosísimas camas. Eran tan calientes y cómodas que la primera proeza de la mañana fue levantarme, y la segunda fue resignarme a no poder llevármela conmigo a mi destino y luego a casa. Para entonces ya nos habían hecho tres hermosas armaduras afelpadas, duras como el más templado de los metales, pero calientes y cómodas como la más suave de las cobijas. Nos proveyeron de víveres y después de darnos de desayunar, tanto el rey como su corte nos escoltaron hasta el límite de sus dominios, al pie de las tierras altas y heladas: “el paso de los gigantes de hielo”.

-VIII-

El frío helaba nuestros ojos, mejillas y narices, lo demás estaba cubierto y calientito. Todo a nuestro rededor era blanco, como si el creador del mundo aún no hubiera terminado de diseñar ese lugar, o se le hubieran acabado las ideas.

No había árboles, ni matorrales, o algún otro ser vivo. No podíamos distinguir el cielo de las piedras y la nieve. Ni siquiera nuestras huellas duraban más de un par de segundos. Recuerdo que pensé que sería una hazaña llegar a nuestro destino, pero sería aún más grande poder regresar a casa.

Todos estábamos en silencio, pero si no queríamos perder la razón ante tal inclemente escenario, sabíamos que teníamos que mantener la mente ocupada. Nunca sabré lo que Kim o mi mentor pensaban mientras recorríamos ese lugar, pero seguramente al menos uno de ellos debió de estar pensando en el sueño del difunto rey y la visión de la hechicera del Señor de los gigantes. Eso quizás nunca lo sepa, pero en ese momento mi mente se entretenía pensando en las dos opciones, tratando de evitar una tercera: la posibilidad de que ninguno de los tres regresáramos con vida a casa.

-IX-

No sé por cuánto tiempo caminamos, sólo que por momentos la blancura que nos rodeaba se hacía negra, amarilla y roja. Hasta que por fin llegamos a las cascadas de los inmortales. Entonces el cielo pareció abrirse ante nosotros, como si quisiera cerciorarse de que pudiéramos ver con claridad nuestro objetivo.

Ante nosotros estaba la montaña más alta que hubiéramos visto en nuestra vida, y de ella emanaban tres impresionantes cascadas de hielo, que alimentaban una brillante laguna congelada, sobre la que estábamos parados. Las buenas noticias eran que habíamos llegado a donde nos habíamos propuesto y sabíamos por qué el agua no fluía con libertad. La mala era que éramos incapaces de hacer algo para remediarlo. Pero eso no era lo único malo, porque sin que nos diéramos cuenta nos vimos rodeados por un ejército de colosos de hielo, tan altos como los gigantes de las montañas, pero con la piel tan blanca como la nieve, barba abultada del color de la escarcha y ojos oscuros como el más profundo de los pozos.

Nos tenían amenazados con lanzas de pino petrificado, mazos de cuarzo blanco y flechas que yacían inmóviles en arcos firmemente tensados. Uno de ellos nos dijo… no sé qué cosa en un lenguaje que jamás había escuchado antes, se oía como rocas chocando y crujiendo entre sí. Nuestra ignorancia parecía enfadarle aún más que nuestra presencia, o al menos esa fue mi impresión, sobretodo cuando golpeó su mazo contra el suelo y nos hizo caer sobre el hielo.

Entonces no sé qué sucedió, fue tan rápido que no me pude percatar de nada hasta que ya fue muy tarde. Uno de los arqueros había liberado su filosa flecha de cristal sobre Kim. Fue tan rápido que no pude ni moverme, pero O´Khan sí, interponiendo su cuerpo entre la flecha y el amor de su vida. Kim resultó ilesa pero mi mentor yacía helado e inerte a sus pies. Yo había perdido a mi maestro y ella a su protector, aquel que día a día se había ido ganando su cariño y respeto. Su pérdida era mucho mayor que la mía, pero no era su deber sino el mío vengar la afrenta, así fuera con mi propia sangre.

Grité como nunca pensé que algún enano fuera capaz de emitir un sonido. Los colosos apretaron sus armas mientras yo me armé de valor para arrancarle a mi maestro la flecha que le había costado la vida, para usarla como lanza. Sabía que no tenía ninguna oportunidad, pero me planté firmemente entre los colosos, y aquellos que poco a poco ya me había hecho a la idea de llamar mis “reyes”.

Quisiera decir que mi determinación fue tal que hizo que los agresores soltaran sus armas y se rindieran ante el implacable poder enano, pero mi pueblo no dice mentiras y la verdad es que fue el corazón de Kim y no mi furia lo que hizo que los colosos soltaran sus arcos y garrotes. Kim, sin abandonar ni un instante el cuerpo inerte de O´Khan, empezó a llorar con tan dolor que yo también me vi obligado a soltar mi improvisada arma y hacer a un lado la rabia para llorar con ella.

De pronto la laguna entera se estremeció como si sintiera nuestro dolor y las cascadas de hielo cedieron su lugar a potentes chorros de agua clara. El mismo coloso que nos había gritado hacía un instante, nos sacó de la laguna antes de que el hielo bajo nuestros pies se resquebrajara ante la presión del agua. Entonces de la laguna misma emergió lo más hermoso que mis ojos hayan visto en la vida, y eso que desde entonces he visto muchas cosas maravillosas. Era una diosa, no la podría describir de otra manera; su piel era azul como el cielo y sus cabellos eran tan largos y cristalinos como el agua que brotaba. Era la reina de los colosos de hielo que sujetaba entre sus manos un diminuto collar enano con la piedra de fuego de mi maestro.

Sin mover la boca nos sonrió con el pensamiento. Nos dijo sin decir una sola palabra que hacía varias lunas había ido a bañarse a las cascadas, como era su costumbre, pero resbaló y se golpeó la cabeza, quedando inconsciente. Su prolongada presencia congeló la laguna y las tres cascadas que le dan alimento.

Luego se disculpó con dulzura por la actitud de sus colosos. Nos explicó que ellos pensaron que nosotros habíamos tenido algo que ver con su repentina desaparición.

–De no ser por esta pequeña piedra brillante que me calentó lo suficiente para volver en mí, quizás jamás hubiera logrado descongelarme sola. Les debo la vida y por eso tengo un regalo para ustedes –dijo con la mirada.

Entonces tomó a O´Khan y lo abrazó contra su pecho. Después le colocó de nuevo el collar y dejó recostado sobre la nieve. Él abrió los ojos como si sólo hubiera estado dormido y se incorporó como si nada. Kim corrió a sus brazos y selló con un beso el dolor que había sentido al pensar que lo había perdido para siempre.

-X-

El camino de regreso fue mucho más placentero, no sólo por ir de bajada sino porque no lo emprendimos con nuestros pies, sino sobre una nube de nieve que nos depositó placidamente en la tierra de los gigantes de las montañas. Ahí nos estaba esperando su rey con toda la gratitud de su pueblo por haberles devuelto el agua.

Me hubiera gustado haber pasado más tiempo ahí, pero teníamos que regresar a casa.

El rey de los gigantes le regaló un hermoso vestido a Kim, una pequeña hacha (delicadamente adornada) a mi maestro, y un precioso escudo (con un dragón grabado) a mí. Luego nos escoltó hasta el camino del sur, donde terminaban sus dominios. A partir de ahí seguimos solos hasta llegar a casa.

En el reino nos recibieron como héroes. La reina, llena de honor y orgullo, coronó personalmente a Kim y a O´Khan en una ceremonia que resulto profética. Porque mientras se hacían los preparativos para celebrar su unión como pareja, los encargados de confeccionar los trajes reales descubrieron en mi mentor algo que no estaba ahí antes de irnos. Como recuerdo de la flecha que le costara la vida por unos minutos, a O´Khan le había quedado una cicatriz muy curiosa en su hombro derecho; una atípica estrella de siete puntas.

-XI-

Así fue como sucedieron las cosas. Días después se su coronación los tres regresamos a la tierra de los gigantes de las montañas con carretas repletas de fresas y en compañía de nuestros mejores agricultores, para encargarles la enseñanza de su particular arte a los gigantes. Así su rey podría disfrutar de esos dulces naturales que tanto le habían gustado, pero ahora emanados de su propia tierra y trabajo. Ellos a su vez nos enseñaron a trabajar la piedra y fabricar abrigos y armaduras contra el frío.

Nuestro camino no se detuvo ahí, pues seguimos más al norte hasta los dominios de la reina de los colosos de hielo, para obsequiarle un enorme collar dorado, con una gigantesca piedra de fuego como dije, en parte por agradecimiento y gesto de buena voluntad entre nuestros pueblos, y para asegurarnos de que las cascadas de los inmortales no volvieran a detener su flujo nunca más. Tal como ha sucedido hasta el día de hoy.    

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