lunes, 21 de noviembre de 2011

En el espejo

Mi departamento era pequeño y oscuro, tenía pocas ventanas y estaba rodeado de altos edificios que bloqueaban los rayos del sol. Sólo una pequeña ventila me salvaba de la penumbra, y el resto era un juego de luces y reflejos. El lugar era modesto y las cosas más interesantes nunca sucedieron entre sus paredes, sino en los espejos.

            No sé desde cuando ocurrían ese tipo de cosas, pero la primera vez que las vi sentí que el corazón se me quería salir del pecho. Era de noche y estaba cansada, había sido un día muy pesado y después de darme un buen baño, no pensé en mejor terapia que sentarme frente al tocador y dejar que el cepillo acariciara mi pelo.

Cerré los ojos y dejé que las delicadas cerdas recorrieran mi cabeza hasta llegar al cuello, entonces me pareció escuchar el llanto de un bebé. Se le oía muy cercano y lastimero, por lo que abrí los ojos y me aterró ver en el espejo el reflejo de una mujer que ocultaba su rostro en la penumbra, y ahogaba a un bebé en una pequeña tina de aluminio. Volteé inmediatamente, pero no había nadie atrás.

Yo estaba muy asustada y sentía que el corazón me palpitaba en las orejas. Volví a cerrar los ojos y respiré profundamente, tratando de despejar la mente y creyendo que todo era una enfermiza broma de mi imaginación. Poco a poco todo volvió a la calma y el corazón al pecho.

El llanto no volvió, pero tan pronto abrí los ojos nuevamente pude ver en el espejo a la misma mujer sombría, pero ahora sujetando de un piececito el cadáver del pequeño.

Pegué un grito y me fui de espaldas. Me di un tremendo golpe y quedé viendo de frente el lugar donde debería estar esa mujer, pero no vi a nadie. Entonces terminé de vestirme, cubrí el espejo con la toalla, apagué las luces, me metí a la cama y me cubrí con las cobijas hasta la cabeza. No quería saber nada más al respecto, al menos por esa noche.

            A la mañana siguiente, todo parecía normal y pensé que lo ocurrido no había sido más que la suma de un poco de imaginación, mucho cansancio y estrés. Aparté la toalla del espejo y me tranquilicé al ver sólo mi imagen; tenía el cabello enredado, estaba ojerosa y parecía que no había dormido en una semana, pero era sólo yo, y eso era suficiente.  

            El día transcurrió con normalidad y aquel recuerdo sólo parecía un mal sueño, hasta que regresé en la noche. Entonces, y sólo para poner a prueba mi teoría, me senté frente al espejo del tocador y… nada. Por unos diez minutos permanecí ahí, haciéndome muecas, alborotándome el pelo, probándome collares, aretes y preguntándome cómo se me vería uno en la nariz, en fin, matando el tiempo.

Satisfecha con el resultado, me puse de pie y fui a refrescarme al baño. Me eché agua en el rostro, pasé mis manos por la frente y el pelo, mientras pensaba en todo lo que habría de hacer el día siguiente, me sequé la cara y apagué la luz… cuando un grito me hizo regresar sobre mis pasos y oprimir de nuevo el interruptor. Descorrí la cortina de la regadera y me asomé por la pequeña ventila, pero no logré ver a nadie y sólo percibí cierto aroma a carne podrida, cerré la ventana y cubrí la coladera con un tapete, pensando que era el drenaje, entonces volteé a ver el espejo y vi a una sombra de pelo largo estrangulando a una mujer frente al lavamanos. Me tapé la boca para no gritar, y me arrinconé cubriéndome con la cortina de la regadera.

No entendía qué podía estar pasando conmigo, temía estar volviéndome loca y empecé a llorar hasta que dejé de oír los gemidos de esa mujer. Luego salí sin voltear a ver el espejo, tomé mi bolso, y salí en pos del hotel más cercano y económico donde pudiera pasar la noche.

El día siguiente no era uno de trabajo, por lo que regresé a casa temprano y dispuesta a deshacerme de todos los espejos. Pero una vez dentro, me pareció absurda esa decisión, porque si bien las imágenes de muerte estaban proyectadas en ellos, el sonido era algo que habían captado y estremecido mis demás sentidos.

Podría estar volviéndome loca, pero me resistía a aceptar esa idea como la primera alternativa, por lo que decidí investigar la historia del inmueble, con la sospecha de que en ese lugar se hubieran cometido los crímenes que denunciaban los espejos.

Para mi sorpresa, cuando localicé al sujeto que me lo había vendido, me enteré de que yo era la primera persona que habitaba ese lugar. El departamento no era precisamente nuevo, pero desde su construcción siempre estuvo vacío, él y su esposa lo habían mantenido así con la idea de que su hijo mayor lo ocupara cuando fuera a la Universidad, pero la situación económica los obligó a deshacerse de la propiedad.

            No tenía motivo para dudar de él, pero pensé que quizás pudiera estar encubriendo algo por alguna razón ajena a mi conocimiento. Por lo que le pedí a Alberto, un compañero de trabajo, que me ha pedido que salga con él desde el primer día que nos conocimos, y que es hermano de un investigador de la policía, que me hiciera el favor de preguntar sobre el historial delictivo de mi departamento. Él no entendió el sentido de la petición y yo me negué a explicárselo, pero me dijo que lo consultaría con su familiar y me mantendría informada.

            –¿Qué tal si nos vemos hoy en la tarde, te invito un café y te digo qué pudo averiguar mi hermano al respecto? –inquirió, sabiendo que no podría decirle que no esta vez.

            Mientras llegaba la tarde fui a la biblioteca y pedí prestada una computadora para averiguar más por mi cuenta, pero sólo obtuve un impertinente dolor de cabeza y llegar retrasada a mi cita con Alberto.

            Él ya me estaba esperando con cara de pocos amigos, pero al verme llegar su semblante cambió y se apresuró a mi encuentro con un enorme ramo de flores y una caja de chocolates, presentes que acepté con una sonrisa fingida de conformidad.

            –¿Averiguaste lo que te pedí? –pregunté cortantemente y él se quedó frío.

            Por temor a que me negara la información, traté de enmendar la pregunta con un roce de mis dedos con los suyos, que al parecer funcionó, porque no sólo la luz volvió a sus ojos, sino que además me entregó un folder muy delgado y me llevó a su mesa.

            El café y la tarde no estuvieron tan mal, y él no resultó ser tan patán como me lo había imaginado, por lo que al terminar la cita prometimos repetirla, cosa que aún no sé si habré de cumplir algún día.

            El folder entregado sólo contenía una hoja y en ella no se hablaba de ningún crimen cometido en mi departamento, sólo algunos delitos menores, perpetrados en los alrededores del edificio y robos de vehículos. En cualquier otro momento eso hubiera sido suficiente para tranquilizarme, al excluir la existencia de fantasmas en la casa, pero aceptar eso acercaba a mi puerta la posibilidad de que fuera yo la que estuviera perdiendo la razón.

Tenía que haber otra explicación y no cesaría de buscarla hasta dar con ella. Mientras tanto, retomaría el plan inicial y le diría adiós a los espejos de las paredes.

            Quité el del baño casi sin mirar, pero el del tocador implicaba un poco más de atención y no pude evitar verme en él cuando lo desmontaba. Entonces me di cuenta de que algo andaba mal con el reflejo proyectado, porque el cuarto presentaba otra decoración, había cuadros, libreros, lámparas y un reloj de pared que aparecían y desaparecían aleatoriamente.

Volví a colocar el espejo en su lugar y me puse de rodillas frente a él. Como si fuera una ventana a otra realidad, en su cristal pude ver cómo los muebles cambiaban de lugar, las paredes de color, y hasta la estructura del inmueble; por momentos desaparecía el techo y el sol alumbraba a mí alrededor o se hacía de noche, los muros se desmoronaban y reconstruían en un parpadeo, o se llenaban de moho ante mis ojos atónitos.

El asombro le fue ganando terreno al temor y no podía dejar de ver dicho espectáculo, hasta que el reflejo de una mujer llamó mi atención, porque a diferencia del resto que parecían no percatarse de mi presencia, ella me miraba con la misma curiosidad con la que la observaba yo. La mujer vestía una blusa blanca y remangada, un pantalón de mezclilla, su pelo era largo y cobrizo, la piel pálida y lucía un poco más joven que yo. Ambas nos quedamos viendo, incrédulas, e incluso intentamos tocar nuestras yemas pegando las manos en el cristal.

Ella fue la primera en separar los dedos y yo la seguí, apenada.

–No tengas miedo –dije sin pensar.

–¿Quién eres tú? ¿Qué eres tú? ¿Un fantasma? –balbuceó nerviosa.

–No, al menos que yo sepa. Aunque podría preguntarte lo mismo.

–Pues no, tampoco creo ser un fantasma –dijo y sonrió tímidamente.

–Me llamo Lisbeth y aquí vivo… bueno, no en el espejo, sino aquí –dije señalando a mi alrededor.

–No entiendo qué está pasando o si estoy perdiendo la razón, pero al menos tú luces mucho más amigable que el resto de imágenes que parecen poblar mi espejo por las noches. Por cierto, mi nombre es Mariana y también vivo aquí –dijo y en repetidas ocasiones volteó la mirada hacia atrás de su hombro, como si me buscara.

–¿También has visto a la señora que ahoga al bebé o a la sombra que estrangula a una mujer en el baño?

–Sí, y no sólo a ellos. Desde hace varias semanas no he podido dormir aquí por culpa de un sin fin de reflejos y susurros que me despiertan a media noche, de hecho he estado durmiendo en la casa de Sandy, una amiga, y sólo vuelvo acá cuando ya ha amanecido.

–¿Vives sola?

–Originalmente no, el departamento lo compartía con mi novio, pero tuvimos ciertas diferencias y lo eché.

–Hiciste bien, los hombres sólo sirven para ocasionar problemas –dije sin importarme lo absurdo que pudiera parecer intercambiar opiniones con un reflejo.

Por varios minutos más seguí conversando con Mariana, con la esperanza de poder comprender lo que estaba ocurriendo, pero de nuestras dudas no pudimos obtener ni un esbozo de certeza, hasta que ella desapareció del cristal. Todo eso parecía una locura, por lo que no lo pensé más y me deshice de los espejos. No los rompí, pues soy muy supersticiosa, pero sí los acomodé con mucho cuidado a un lado del contenedor de basura.

Por semanas me conformé con un pequeño espejo de mano en donde sólo pudiera aparecer mi cara, para peinarme y maquillarme. Pero después de un tiempo me pareció absurdo seguir así y compré uno más grande para el baño, esperando que no fuera a ocurrir nada otra vez, de hecho también adquirí uno de esos calendarios de pared a los que se les arrancan las hojas, para mantener un control de los días transcurridos sin novedades, y con la esperanza de terminar el año de esa manera.

Como no ocurrió nada por varias semanas, y sin espejos el departamento parecía más pequeño y sombrío, decidí volver a poblar las paredes con más de ellos. Todo estuvo en calma hasta que una noche un insistente golpeteo me despertó de un brinco.

–¡Lisbeth! ¡Lisbeth! ¡Sal de la casa inmediatamente! ¡Despierta! ¡Si no sales vas a morir! –decía Mariana que golpeteaba desde el otro lado del espejo.

–¡Pero ¿qué dices?!

–¡Sal! ¡Por varias semanas he visto cómo mueres horriblemente quemada en medio de un incendio que consume el departamento! ¡Cada vez que ocurre trato de advertirte, pero no me haces caso, hasta ahora!

–Pero ¿cómo sabes que eso habrá de ocurrir esta noche?

–Por el calendario que tienes clavado en la pared. ¡Ahora deja de perder el tiempo y sal, que ya he visto demasiadas muertes!

No pregunté nada más, me vestí lo más rápido que pude, cogí mi bolso y un portafolio donde guardo mis documentos personales, así como los papeles de la casa y salí sin mirar atrás.

El resto de la noche transcurrió y por un buen rato me mantuve en vela, sentada sobre la cama del hotel y viendo por la ventana en dirección al departamento, esperando escuchar alguna sirena de ambulancia o ver el incendio, pero no noté nada hasta que me quedé dormida.

Amanecí a las ocho de la mañana del día siguiente; torcida, con un fuerte dolor de cabeza y sintiéndome la persona más estúpida del mundo. Encendí el televisor, pero en las noticias no dijeron nada de algún siniestro que hubiera ocurrido esa noche en la ciudad, sólo hablaban del aumento a la gasolina, las coaliciones y pugnas partidistas, el balance del año que perece y las expectativas para el que viene, la crisis económica y el fallido combate al crimen organizado. Nada nuevo.

Dejé el hotel y regresé al departamento con la pesantez de quien se sabe engañada, pero a sólo una cuadra de llegar a casa el olor a madera quemada se volvió inconfundible. De mi piso brotaban llamas por las paredes y de la solitaria ventila del baño. Los cristales estallaban al unísono y el humo se extendía hasta los departamentos superiores. Por suerte los bomberos apaciguaron el fuego antes de que se volviera un verdadero infierno y cobrara la vida de alguien.

Según los peritos, el incendio se debió a un corto circuito en el sistema de ventilación del departamento que estaba por debajo del mío, el cual se encuentra desocupado desde antes de que me fuera a vivir al edificio, por lo que si hubiera pasado la noche en casa habría muerto irremediablemente por los vapores tóxicos, antes de ser consumida por el fuego.

Los vecinos estaban maravillados de la buena suerte con la que había corrido, pero se asombraron más cuando del lugar del siniestro extrajeron tres cadáveres, que según los peritos habían muerto mucho antes del incidente; el de un bebé y dos mujeres, una de ellas Mariana, a quien encontraron con las venas abiertas en el baño y en un estado avanzado de descomposición.

No se dieron a conocer muchos datos de manera oficial, pero los vecinos rumoraban que junto al cuerpo de Mariana los investigadores habían encontrado una nota de suicidio, donde ella confesaba haber asesinado a su bebé, ahogándolo en una tina, así como haber estrangulado a su amiga Sandy, una vez que ella descubriera en el baño el cuerpo sin vida del pequeño.

Decían que la pobre siempre había tenido problemas mentales y alucinaba visiones fantasmales en los espejos, desde que su novio la abandonara al enterarse de que estaba embarazada. Otros decían que el novio era el que los había asesinado, encubriendo su crimen con el supuesto suicidio y saboteando el sistema de ventilación. En fin, un sin número de cosas que todos daban como hechos consumados y de los que yo no tenía ni idea. 

Después de varios años de haber vendido el departamento y vivir muy lejos de ahí, aún no sé qué pensar al respecto. Quizás Mariana no era la persona que yo pensaba, sin embargo prefiero recordarla de esa manera; tímida, viva e inocente, pero sobre todo, como la mujer que me salvara la vida.          

            

No hay comentarios:

Publicar un comentario