jueves, 24 de noviembre de 2011

Imperceptible

-I-

No sé cómo, o cuándo obtuve esta habilidad, pero el caso es que desde que era pequeño he sabido que puedo volverme invisible para los demás. No es que realmente lo sea, o me desvanezca en el aire, es decir, aún no comprendo cómo opera todo esto, pero aunque aparentemente yo siga siendo visible todo el tiempo, simplemente dejo de ser perceptible para los otros. No me ven ni me oyen, hasta que los toco o por accidente ellos rozan conmigo, entonces la ilusión se rompe y pareciera que he regresado de la nada.

            Esta habilidad la descubrí sin querer. Yo estaba en el colegio, no estoy seguro de qué grado cursaba, pero recuerdo que me daba clase la maestra Estela, por lo que tuvo que haber sido tercer o cuarto año de primaria. La profesora hizo una pregunta y yo levanté la mano, pero ella hizo como si no me viera, o al menos eso pensé entonces. Me puse de pie, agité las manos y grité: “¡Hey, aquí!” Pero ella seguía viendo al grupo en espera de que alguien se animara a responder. Entonces me di por vencido y volví cabizbajo a mi asiento. Aún no comprendía nada.

Pasó la clase y al final la maestra llamó a Daniel, quien era mi mejor amigo, además de que vivíamos en el mismo edificio. La profesora le preguntó por mí y si él no sabía si me encontraba enfermo o cuál era la razón por la que no estaba yendo al colegio. Él le respondió que todos los días me veía entrar a la escuela, hacer honores a la bandera, ingresar al salón y jugar en el recreo, pero que ignoraba por qué no me quedaba a clase o dónde me metía. Entonces no aguanté más la broma, tomé del brazo a mi amigo y grité: “¡Ya basta de juegos!”, entonces al ver el rostro desencajado que pusieron los dos al verme ahí parado, me percaté de que en verdad no se habían dado cuenta de que yo estuve ahí todo el tiempo.

            Hasta ese día me di cuenta de que mamá y papá no mentían cuando aseguraban no haberme visto o escuchado en tal o cual circunstancia. El problema entonces era averiguar qué estaba pasando, o cómo remediar tal contingencia. Asunto que hasta hoy sigo sin descifrar.

Cuando era niño el poder hacerme imperceptible era algo que me parecía realmente terrible, una maldición, casi como si fuera un fenómeno de circo, pero muy pronto me di cuenta de las ventajas que esta habilidad podría ofrecerme. Pensaba que sería fabuloso poder hacerme invisible cuando jugaba futbol con mis amigos. Yo podría estar al lado del delantero, o portero contrario sin que este se percatara de mi presencia, hasta que fuera demasiado tarde. Podría hacer travesuras, esconderle sus cosas a mi hermano mayor o a mi hermanita, sin que pudieran culparme de nada. Sería capaz de ver dónde es que mis papás escondían los regalos de Navidad sin que me regañaran por fisgón. O simplemente desaparecer de su vista cada vez que mis tías nos vinieran a visitar. Pero el caso es que ignoraba cómo controlar esta habilidad.

Jamás me volví una pieza clave en el equipo de futbol, ni pude saber dónde mis papás escondían los regalos navideños, o hacer travesuras sin que me descubrieran en el acto, sin olvidar que mis mejillas siempre fueron presa fácil de las manos frías y uñas largas de mis tías.

Para entonces ya sabía que el contacto físico me volvía otra vez perceptible, pero seguía ignorando cuál era la circunstancia que detonaba lo otro. No era la tensión o el miedo, porque ¿qué cosa puede volver más tenso a un niño que saber que si lo descubren habrá de pagar por sus actos? Tampoco era la alegría o algo semejante, porque éstos no eran precisamente los sentimientos que tenía cuando tomaba la clase de la maestra Estela.

Pasaron los años y nunca llegué a saber cómo controlar esto hasta que conocí a Raquel o mejor dicho, cuando ella me dejó. Pues su argumento para dar por concluida una relación de años fue que nunca se podía estar en paz conmigo. Casi textualmente, me dijo que no entendía por qué cada vez que estábamos en algún lugar agradable comiendo, viendo una película o conversando con ligereza, simplemente desaparecía.

            En ese momento me di cuenta de que no era una emoción en sí, si no la sensación de paz y plenitud lo que me volvía imperceptible. Por eso es que me desvanecía en clase sólo cuando sabía las respuestas. Entonces traté de explicarle a Raquel qué era lo que pasaba conmigo. Le conté todo con lujo de detalle, pero estaba tan “pleno” de haber descubierto cómo controlar esta habilidad, que ella no pudo verme u oírme nada, pues me había vuelto imperceptible.

            Desde ese día las cosas han cambiado y poco a poco he aprendido a sacarle provecho a todo esto. Puedo saber qué es lo que la gente opina de mí cuando creen que no estoy presente, teniendo cuidado de no sobresaltarme demasiado, o ser rozado. Del mismo modo he aprendido a escabullirme a voluntad, bajar mi ritmo cardiaco, modular la respiración, cuidar mis pasos y desaparecer para el resto del mundo, hasta el día en que éste fue el que desapareció para mí.

-II-

Hasta el momento nunca había hecho nada de lo que tuviera que arrepentirme o pudiera ser considerado ilegal, aunque podría tacharse de inmoral saber ciertos detalles que los demás no quisieran que supiera. Pero es que nunca creí que aprovechar las ventajas que la vida me ofrecía pudiera ser errado, hasta el día de hoy.

Esta mañana llegué al trabajo sin que nadie lo notara, organicé mi escritorio y entré a la oficina del jefe a husmear un poco en su agenda antes de que él llegara. Hoy se suponía que habríamos de presentar un proyecto que pudiéramos desarrollar en la empresa, y yo quería saber si había algún tipo de condicionante o requisito no mencionado en la convocatoria, para tomarlo en cuenta e integrarlo a mi trabajo.

Todo marchaba como de costumbre hasta que alguien abrió la puerta. Me asusté tanto que por un instante creí que me volvería perceptible de nuevo, pero me concentré para no perder la calma y no pasó nada. No era el jefe el que había entrado, sino Marcela, otra compañera, que seguramente había entrado para hacer lo mismo que yo, pensando que no habría nadie en la oficina. Pero para mi sorpresa ella no venía sola, pues tras de Marcela también entró Guillermo y Ricardo. Era obvio que todos ellos querían tener ventaja sobre mi proyecto.

Al ver a esa multitud yo traté de arrinconarme a la pared, para evitar un posible contacto que me descubriera. Fue tanto mi afán por salir sin ser notado, que no me di cuenta de que después de que entró Ricardo, también había ingresado Laura, con quien tropecé. Ella pareció un poco desorientada, pero no pasó nada, yo seguía imperceptible para todos.

Me asusté, mas no hice nada para controlarme esta vez. En lugar de huir del encuentro, rocé a todos los ahí presentes. Marcela abofeteó a Guillermo, mientras Ricardo y Laura voltearon a ver a todas partes, en búsqueda de una explicación que no encontraron. Yo estaba desesperado y empecé a revolver los papeles, expulsándolos fuera de sus carpetas. Abrí las gavetas, estrellé la ventana con un pisapapeles, y lo único que conseguí fue que todos salieran corriendo y gritando que ahí espantaban.

Yo ya no estaba en paz ni pleno, pero seguía sin ser perceptible. Salí corriendo y ofuscado de la oficina, chocando contra cualquiera que estuviera en mi camino. Luego tomé el elevador, con la idea de salir del edificio.

De camino a la planta baja, traté de tranquilizarme y recobrar el control. Volví a modular mi respiración, el ritmo cardíaco, y la presión sanguínea, que para entonces parecía golpear con martillo mi cerebro.

Una vez abajo, se abrieron las puertas del ascensor y abrí los ojos en pos de cualquiera que me corroborara que ya era visible, pero no pude encontrar a nadie. El edificio estaba vacío y lo mismo ocurría en la calle. Sólo había autos estacionados en la acera, pero el concierto de claxon que ahí se podía escuchar a toda hora había desaparecido o al menos ya no era perceptible.

Y aquí estoy, sin saber si he perdido al mundo o fue éste el que ha prescindido de mí. Ignoro qué está pasando o si algún día todo volverá a ser como antes. No sé si he perdido el juicio y todos siguen aquí, viéndome actuar como un demente, por lo que han preferido evitar cualquier contacto conmigo.

No sé… quizás en cualquier momento despierte de esta pesadilla y descubra que simplemente me he quedado dormido otra vez sobre el pupitre.            

No hay comentarios:

Publicar un comentario