miércoles, 30 de noviembre de 2011

Luceros

Había muy pocas cosas que le produjeran más placer a la joven Paulina que ver el cielo al anochecer. Amaba los colores de la tarde al tornarse cada vez más oscura, hasta convertirse en noche, pero sobre todas las cosas, se quedaba hasta muy tarde para ver el brillo de las estrellas, pero de todas ellas, había una que cautivaba por completo su atención. Un lucero azul que conoció de pequeña, y que había sido una de las pocas constantes en su corta vida, pero una razón suficiente para mantener sus hermosos ojos verdes abiertos por las noches.

Era tal su adoración a este cuerpo celeste, que todos los días se desvelaba hasta muy tarde, con tal de ver su brillo en el cielo, al menos que hubiera luna llena; ya que a ella Paulina la odiaba con todas sus fuerzas, por opacar con su brillo la belleza de su lucero.

En más de una ocasión, la luz del día la sorprendió recostada aún lado de la ventana. Su cuerpo la afligía, pero para ella valía la pena cualquier sacrificio y soportar el frío de la madrugada, con tal de contemplar a su único amor.

            Cada tarde era lo mismo y al volver la oscuridad, toda su atención se las dedicaba a su amor celeste. Hasta que una noche sucedió lo que jamás pensó que llegaría a ocurrir. Mientras veía a su querido lucero azul, éste se desplomó, convirtiéndose en una hermosa estrella fugaz. Paulina estaba horrorizada, sabía que nunca más lo volvería a ver, y aunque había más de una estrella en el firmamento, para ella la noche se había tornado más oscura que nunca.

            Entonces Paulina se dio cuenta del poder de su mirada, por lo que decidió arrancarse los ojos con la punta de unas filosas tijeras. El dolor era indescriptible, paralizante, y la sangre inundaba sus cavidades, volviendo todo su mundo rojo y negro, hasta que la oscuridad se volvió lo único que fue capaz de distinguir. Pero ella prefería vivir una eternidad en las tinieblas, que aceptar volver a ver una noche sin aquello en lo que había puesto su mirada.

            Fabiola murió desangrada ese mismo día, pero se cuenta que a partir de esa fatídica noche, en el lugar donde antes brillaba aquel solitario lucero azul, ahora brillan soberbios, dos hermosos luceros verdes.

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