miércoles, 30 de noviembre de 2011

Por los dos

Nunca me había sentido una mujer solitaria, tenía un buen trabajo, amistades, ciertos lujos, en fin, pero eso no era suficiente, porque me faltabas tú. Sólo un pasillo separaba tu departamento del mío, ni siquiera dos metros, sin embargo, apenas sabías mi nombre y yo ignoraba tu apellido, pero lo que existía entre nosotros era más fuerte que lo mucho que ignorábamos de ambos.

            Si acaso no lo recuerdas, te conocí por azar, al subir las escaleras con las compras de la semana; unas cuantas bolsas, nada pesado realmente. Te ofreciste a ayudarme y yo acepté encantada. En ese momento no imaginé nada más, sólo pensé que eras un buen hombre haciéndome ver que aún existían caballeros en este planeta. Cuando llegamos a mi puerta, a ti te pareció curioso que viviéramos enfrente y no nos hubiéramos encontrado antes. Yo también lo pensé, pero no dije nada, sólo te agradecí y estreché tu mano, un beso hubiera sido demasiado pago y yo soy una mujer decente.

            Al día siguiente, parecía que me estuvieras esperando, pues te encontré sentado justo en la entrada del edificio; estabas fumando un cigarrillo, el cual apagaste tan pronto me viste cruzar la calle. Me saludaste torpemente y me hiciste notar que la vez anterior no nos habíamos dicho nuestros nombres. Ante mi silencio, estiraste la mano y me diste el tuyo, y a mí me pareció descortés no hacer lo mismo. Entonces me invitaste a tomar un café, o mejor una copa, pero me negué con una mentira, te dije que ya había hecho planes para esa tarde, pero que en otra ocasión con mucho gusto aceptaría tu oferta. No lo tomaste a mal y hasta me regalaste una sonrisa.

            El siguiente día sucedió lo mismo, lo que me hizo pensar que lo ocurrido antes no había sido ninguna coincidencia. También te rechacé, e hice lo mismo las tres veces siguientes, no es que no me agradaras, de hecho me sentía halagada porque un hombre como tú se mostrara tan interesado en mí, pero no lo consideré pertinente, y aunque en más de una noche tu cortejo me hizo soñar cosas que en mi vida hubiera deseado, preferí hacerme la desentendida.

            No sé cuantas semanas más tarde, acepté tu invitación y pasamos una tarde maravillosa, charlando y tomando café en un lugar que no conocía, pero que a partir de ese día se convirtió en mi favorito.., “nuestro favorito” ¿recuerdas?

            Tú me manifestabas veladamente tus sentimientos, mientras yo hacía como si no me diera cuenta de tus intensiones, aunque en el fondo te deseaba tanto como tú a mí. Pero a pesar de eso, y aún ignoro por qué, la tarde en que ya no pudiste más y me confesaste abiertamente lo que los dos ya sabíamos desde antes, te dije que no. Y no sólo eso, ya que hasta me marché del café sin decirte ni siquiera adiós. Recuerdo que me buscaste en la casa, pero yo no te abrí, e incluso los días siguientes preferí pagar un hotel, antes de volver a mi casa y encontrarte.

            Pasaron un par de semanas antes de que me armara de valor para volverte a ver. Como lo esperaba, tú estabas ahí, aguardando por mí a la misma hora de siempre. Me acerqué, como si nada y me preguntaste si estaba enfadada contigo, e incluso te disculpaste si tu confesión me había incomodado de alguna forma. Yo procuré minimizar el hecho y te dije que no estaba enojada, y te volví a mentir, pues te aseguré que tu declaración de amor me había sorprendido. Después te aclaré que entre tú y yo no había cabida para ese tipo de relación, y que a lo más que podríamos aspirar era llegar a ser buenos amigos, después de todo, no nos conocíamos. Una vez más lo tomaste de buen ánimo, estrechaste mi mano y dijiste: “entonces, amigos”.

            Pese a lo ocurrido tú nuca dejaste de cortejarme; a veces con mensajes velados y en otras ocasiones descaradamente con flores, poemas y algunos regalos. Entonces me volví a esconder, no me preguntes por qué, ya que también lo ignoro. En esa ocasión no fueron unas cuantas semanas, de hecho pasaron dos o tres meses. Por momentos me sentía como una niña asustada que deseaba algo que sabía que no podía tener, y al mismo tiempo castigaba a la mujer que dentro de mi pecho se moría por volver a estar a tu lado y decirte que sí, que también estaba enamorada de ti.

            El caso es que cuando volvimos a vernos, algo había cambiado entre los dos, otra mujer se había interpuesto en mi camino, Olivia. De la noche a la mañana se les podía ver juntos en los mismos lugares donde antes sólo estábamos tú y yo. Eso me confundió aún más, yo no tenía por qué estar molesta, después de todo había sido yo la que te dejé ir, pero me sentí traicionada, la odié a ella, te odié a ti, y pretendí seguir con mi vida, pero todo me recordaba lo nuestro, y ni siquiera la calle me libraba de tu presencia, porque me encontraba con ustedes dos en todas partes.

            Ella nunca me trató mal, aunque era obvio que estaba enterada de quién era yo y del papel que había desempeñado en tu historia, pero siempre fue muy discreta, sabía que yo sólo había sido una exhalación, en tanto que ella era el aire que habitaba en tus pulmones.

Aún ahora no sé que era lo que me molestaba más; el que estuvieras con otra o el que hubiera sido yo quien te cerrara las puertas desde un inicio. El caso es que te deseé más cada día, y me prometí a mí misma no descansar hasta tenerte a mi lado para siempre. Esta vez no dejaría que la prudencia impusiera sus reglas.

            Planeé muy bien cada detalle; preparé una cena deliciosa, escogí la música más romántica que conocía, me vestí con una blusa con botones al frente y una pequeña falda, y esperé por ti en las escaleras del estacionamiento, con un galón de agua purificada; qué mejor pretexto que apelar a tu caballerosidad, para hacerte caer en mi trampa.

            Tú llegaste puntual como siempre, y después de saludarme afectuosamente, te ofreciste a ayudarme con el galón. Todo marchaba como lo tenía planeado. Conversamos un poco, nada importante, y ya en la entrada de mi departamento te invité a pasar. Tú te negaste, me dijiste que seguramente Olivia ya te estaba esperando en tu casa, pero te convencí ofreciéndote sólo un vaso de agua como muestra de mi gratitud, a lo cual no te negaste.

            Mientras yo ponía un poco de música, te sentaste en la sala y me preguntaste qué era lo que olía tan bien.

            –Nada, sólo algo que preparé para cenar –te dije.

            –¿Cómo que nada? Huele exquisito, además, que hermoso decoraste la mesa, con velas y todo. ¿Acaso esperas visitas?

            –No, yo no espero a nadie más –te respondí al darte el agua, ya con la blusa desabotonada y con mis senos al descubierto.

            Como era natural, te sorprendiste al grado de soltar el vaso, y a mí no me importó que se estrellara contra la duela, sólo me interesaba tu reacción. Te abracé y besé como sólo había soñado hacerlo, pero tú me apartaste de tu lado, me dijiste que eso no era correcto y que no defraudarías la confianza que Olivia había depositado en ti. Te incorporaste para irte, pero te topaste con la puerta cerrada con llave.

            –¡Déjate de cosas! Si esto hubiera ocurrido hace unos meses, quizás ahora estaría rendido a tus pies, pero ya no. Yo amo a Olivia y sólo puedo pensar en ti como una buena amiga, y eso es todo. ¡Entiéndelo por favor! –dijiste enérgicamente.

            –¡Ella no te merece! ¡Tú necesitas a una mujer de verdad! ¡Tú me necesitas a mí! –grité mientras forcejeabas la puerta.

            –No insistas, que lo único que conseguirás será lastimarte las manos, además, en caso de que lograras salir, estás muy equivocado si crees que encontrarás a Olivia en tu departamento –dije y te quedaste paralizado.

            –¿Qué..? ¿Qué dices? ¿Qué has hecho con ella? –preguntaste y te acercaste con tal rabia, que creí que ibas a golpearme, ¿recuerdas? Pero no, ¿cómo podrías, siendo todo un caballero? Sólo me sujetaste con firmeza de los brazos y preguntaste otra vez, mientras yo reía.

            –¿Por qué no le preguntas a ella? –te dije, señalándote la cocina con la mirada.

            Entonces me soltaste, y como un loco te dirigiste hasta donde estaba Olivia, o al menos lo que quedaba de ella. Pues sólo encontraste sangre y una de sus hermosas piernas en el fregadero, ya que el resto lo tenía en el refrigerador, con excepción de la cabeza, la cual flotaba en la cacerola, mientras la otra pierna seguía en el horno…

            Hasta este punto te has de acordar, pues aprovechándome de tu confusión, te inyecté un calmante que te ha hecho dormir por casi seis horas. No intentes mover tus extremidades, que no podrás hacerlo hasta dentro de unas dos horas más, tiempo suficiente para que cenemos y entiendas por qué he hecho todo esto. ¿No te das cuenta? Lo he hecho por ti.., lo hice por los dos…            

No hay comentarios:

Publicar un comentario