martes, 17 de abril de 2012

Carteles en la pared

Hoy desperté y todo estaba distinto; el silencio me regaló los “buenos días”, el frío me arropó con su indiferencia, y la ausencia me acompañó durante el desayuno. Afuera la vida continuaba; con sus prisas, relojes, gritos, mareas de gente, apáticas y rutinarias.

            Mi sombra proyectada jugaba con mi reflejo en la taza de café, la cual una vez más solo estaba llena de agua, porque no he tenido tiempo, ni ganas de comprar ni siquiera un té. Pero eso no importa, de todas formas el café nunca me ha gustado, el té no es lo mismo sin ti, y tampoco me sabe igual el agua. Por lo que tomé la taza y vertí su contenido en la única maceta que conservaba intacta. El vapor se colaba hasta mi nariz, pero eso era lo de menos, al fin de cuentas ahí nunca había germinado nada, casi igual que mi vida contigo, y exactamente lo mismo que mi existencia sin ti.

            Los espejos me daban la espalda cada vez que me asomaba, y yo les mostraba la lengua sin pudor o mesura. Sabía que a ellos no les importaba, no sólo porque era consciente de que no tienen sentimientos, sino porque además de todo, desde que te has ido, carezco de boca.

            No recorrí la cortina, hoy no quería que entrara el sol a mi casa. Me molesta su brillo, me da dolor de cabeza su luz, y me enferma su terca necesidad de aclarar lo que es oscuro. A mí me gusta la oscuridad, me da confianza abrazar a la nada y escuchar los consejos del silencio que habita en mi cabeza. ¿Acaso es demencial este sentimiento? No lo creo, además, ¿qué ganaría recorriendo las cortinas, si tampoco tengo ventanas? Ésas también te las llevaste contigo.

            Ayer vi un paisaje maravilloso en la pared de enfrente; montañas nevadas y nubes esponjosas, talladas por el viento tan caprichosamente que hicieron volar mi imaginación. Hoy no lo he visto. La pared sigue ahí, quizás ella sea la única que no se ha ido de mi vida, pero está vacía, algo descascarada, con una que otra grieta, y un amplio vacío que va del techo al piso, pero no hay señales de aquel paisaje. ¿Será que ése también te lo llevaste cuando te alejaste de mí? ¿No te pareció bastante marcharte con mi cordura? Le pregunto a la nada y, como siempre, me responde el silencio.

            Sigo deambulando sin sentido, y sin despegar ni un instante los pies del piso. Le echo un vistazo a mi alrededor y sé que algo ha cambiado; ya no siento ese aro dorado abrazando mi dedo, tu humedad se ha escapado de los poros de mi piel, tu sabor se lo ha tragado el pasado, tu voz ha enmudecido en mis oídos, no queda ni un vestigio de tu aroma en mi olfato, y de mis muros se han esfumado tus colores, tus cuadros, tu mirada y tu sonrisa. Ahora sólo queda la silueta de tu ausencia, como una marca indeleble que sólo acumula frío y dolor bajo las cobijas. Y ese calendario, que cínico y cruel, desgarra mi memoria, estruja mis entrañas, ríe, me mira burlonamente y se aferra como un tatuaje a la puerta.

            Pero hoy desperté y todo era distinto; el frío cobijaba mi piel con su aliento, la oscuridad cubría mis ojos con su presencia, la muerte dormía plácidamente entre las sábanas, y la sangre se escapaba sin control de mis venas, tiñendo por igual mi ropa, el colchón, la navaja, tu memoria, tu ausencia, y los carteles de la pared.      

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