martes, 17 de abril de 2012

La cita

Ella tenía las uñas tan largas, que ya las quisiera tener cualquier personaje de película de terror para una noche de pesadilla. Su mirada era indiferente y al mismo tiempo intimidante, al grado que yo no sabía si era mejor que no me viera, o admitir que mi respuesta natural era mirar hacia el suelo cada vez que nuestros ojos se encontraban. Su voz era imperativa, no podría ser de otra manera, pero yo tenía un objetivo, y no habría de darme por vencido hasta que me dijera que “sí”.

La saludé cordialmente y ella me miró de arriba a abajo, importándole muy poco que me diera cuenta de semejante inspección, es más, estoy seguro de que lo hizo sólo para hacerme sentir incómodo y me fuera sin presentar batalla, pero apreté los dientes, para no cerrar los puños, y le regalé la mejor de mis sonrisas.

Sólo unas cuantas palabras intercambiamos… bueno, la verdad es que no hubo tal intercambio, más bien me limité a responder las preguntas que me lanzaba como cuchillos, no sé si para probarme y cerciorarse de que yo era “el indicado”, o para liquidar mis esperanzas de una buena vez.

Cada pregunta era una daga que apuntaba directamente a matar, pero no lo logró, no por falta de malicia o puntería, simplemente porque llegué bien preparado. No lo digo por alardear, que no es mi estilo. No fue nada fácil, pero sabía que la oportunidad era única y no pensaba desaprovecharla, por lo que desde un inicio llegué con la convicción de que habría de triunfar donde los demás habían fracasado.

Ella no se veía muy feliz, era evidente que su idea era verme derrotado, pero no contaba con ningún elemento para decirme que “no”, al menos con ninguno que no la revelara al mundo tal cual era en realidad; despiadada, prejuiciosa e insegura. Por lo que, con los ojos casi enrojecidos, las venas exaltadas, las pupilas dilatadas, algo sudorosa, y un gesto de profunda desaprobación, no tuvo más remedio que decir: “Está bien, usted es el indicado; el trabajo es suyo”.   

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