martes, 17 de abril de 2012

La horda

-I-

Estoy al frente de la organización de los festejos de nuestro tercer siglo de libertad, después de la cruenta invasión de la horda orca. Fue una batalla sangrienta y dolorosa, pero sin ella aún seguiríamos sometidos a esas despiadadas criaturas, que con tal de apoderarse de nuestras verdes y fértiles tierras, fueron capaces de arrasar con nuestra cultura, importándoles muy poco si en el proceso morían mujeres o niños. Por suerte un hombre les hizo frente, el General Dak, quien organizó a nuestras tropas, obligando a los orcos a abandonar estas tierras y regresar al desierto, donde aún están, y según algunos continúan sedientos de venganza.

En ese entonces muchos cuestionaron la decisión del General de no exterminarlos por completo, pero nadie se atrevió a contravenir las órdenes de su salvador, mucho menos cuando dejó claro que su prioridad no era eliminar a esa raza, sino restaurar la paz y seguridad de nuestro pueblo. Sin embargo se alzó una gigantesca muralla, para evitar cualquier futura irrupción enemiga, del mismo modo que se les prohibió a todos los habitantes ir al desierto, por su propia seguridad. De hecho sólo queda un acceso no resguardado a ese lugar, el cual es tan estrecho y peligroso por sí sólo que nadie se atreve a cruzarlo.

Sin duda el estar libres de esta amenaza es algo digno de conmemorar, y si fuera poco ser el coordinador de los festejos, hoy he sido llamado ante la presencia de la última descendiente del General Dak, quien seguramente querrá cerciorarse de que su ancestro sea recordado como se debe.



-II-

Angelina Dak es el único familiar vivo del General, ya es una mujer de edad avanzada, por lo que con su potencial muerte se pondría fin a una de las familias más respetadas de nuestra sociedad. Pese a ello, su vivienda es modesta, al igual que su guardia, que consta de sólo un elemento, quien me escolta hasta sus aposentos y me deja solo con ella, por indicación de la propia Angelina.

            – ¿Entonces es usted el encargado de las celebraciones de este año? –me pregunta.

            –Así es, y créame que es todo un honor estar delante de usted. Le aseguro que el nombre de su ancestro habrá de ser reconocido como se lo merece… –le digo, pero ella me interrumpe con la mano cubriéndome la boca.

            –Eso espero, eso mismo es lo que espero que suceda este año –me dice, al tiempo que me pide que la ayude a levantarse.

            Una vez sentada, toma un vaso de agua de su buró, se toca la cabeza, pero antes de que pueda preguntarle si se siente bien, me pide que vaya hasta una cortina y la descorra para ella. Lo cual hago sin preguntarle nada.

            Lo que mis ojos ven es imposible, pero ahí está: “la armadura del General Dak”, perfectamente conservada.

            Me siento honrado y trato de agradecerle, pero ella me vuelve a detener alzando la mano.

            – ¿No ve nada raro o irregular en esa armadura?

            –No, para nada, es perfecta e imponente, tal y como la describen los poemas épicos que nos enseñan de niños –le respondo emocionado.

            – ¿Y eso no le parece raro? Si ésta es la legendaria armadura del General Dak, cosa que sí es, y él no hizo más que ofrendar su vida con tal de erradicar a los orcos de nuestras tierras, ¿no le parece que debería estar golpeada, abollada, con enmendaduras… o cosas así?

            –Disculpe, pero no entiendo su comentario. ¿Qué quiere decirme con todo esto? –le aclaro.

            –Mire, yo soy una mujer mayor y estoy muy enferma, los médicos no me dan muchas esperanzas de vida y cada minuto que pasa siento a la muerte más cerca de mí. No tengo hijos, ni ningún otro familiar a quien pueda encargarle esta pesada carga, y ya me cansé de mentir –dijo, respiró profundamente y se volvió a sobar la cabeza.

Pero sin darme tiempo de articular palabra alguna, prosiguió:

            –Nunca hubo tal invasión orca, de hecho, éstas nunca fueron nuestras tierras. Nuestro origen está a muchas noches de aquí, más allá del mortal desierto, y más allá del oscuro mar de dunas. No sabría decirle el nombre de nuestro verdadero origen, esa información se ha perdido entre las distintas generaciones, pero sí le puedo asegurar que el General Dak nació en el desierto, donde la vida es dura y escasa, tanto que los hombres, más que hombres son bestias, y como tales, no piden lo que necesitan, sólo lo toman. Estas tierras, verdes y fecundas, eran de los orcos, criaturas instruidas en las artes de la paz; grandes constructores, agricultores y artistas, que no pudieron defenderse de la horda humana, el fatídico día que ésta llegó hasta sus dominios y masacraron a todos, incluyendo a sus crías, sólo para apoderarse de sus tierras. Los grandes palacios, desde los cuales ahora gobierna la familia real, nunca fueron construidos por nosotros, que a lo más que llegamos fue a reforzar la muralla que nos separa de lo que verdaderamente amenazaba nuestra “sociedad”, es decir, “la verdad” sobre nuestro origen –dijo, y yo me quedé tan asombrado, que no soporté escuchar más y salí corriendo de ahí.



-III-

No era posible que todo lo que me dijera la anciana fuera verdad. Seguramente no era la razón, sino algún tipo de demencia senil la que hablaba. Pero lo peor es que no puedo borrar de mi cabeza sus palabras. Tengo que saber la verdad. ¿Pero qué estoy pensando? Su historia no tiene sentido y yo sé la verdad… ¿o no?

            Sólo hay una manera de salir de dudas y es ir al desierto. Sé que está prohibido y que las puertas principales no se abren por ningún motivo. Por lo que tendré que cruzar por el peligroso estrecho. No sé si seré capaz de hacerlo, ni estoy seguro de estar haciendo lo correcto. Puedo ir con la familia real, pero eso podría manchar las festividades.

No hay otra opción. Tengo que ir a ver si hay motivo o no para festejar.



-IV-

Hay una razón por la que el estrecho no tiene guardias; hay tantos escorpiones entre las rocas que no hay hombre u orco que se atreva a pasar por ahí, pero yo tengo que hacerlo.

            Sorprendentemente, los escorpiones huyen al sólo acercarme a ellos. Tal vez la suerte me sonríe, o quizás sólo están aguardando el mejor momento para atacar.

            Me armo de valor y sigo. Tengo que escalar un poco y después descender hasta el escabroso mar de piedras; una defensa natural que hace de esta frontera la más protegida de todas.

Hasta ahora todo bien. Sólo me he llevado unos cuantos rasguños, pero nada grave. En estos momentos cruzo los dedos pidiendo que lo que me dijo la anciana sea verdad, porque de lo contrario seré presa fácil de los orcos; de quienes se dice son capaces de detectar el olor de la sangre humana a kilómetros de distancia.

            Sigo el camino entre las filosas piedras, pero la única amenaza externa con la que me he encontrado, son un grupo de zopilotes que no han dejado de volar sobre mi cabeza. Más adelante parece haber algo colgado de un palo, parece un bulto, un costal… pero no. Es un orco, o al menos lo era, porque es obvio que está muerto, momificado y con una lanza atravesándole por en medio. Nunca había visto uno, pero es tal cual lo narran las historias. Es tan grotesco que la simple idea de pensar que la anciana tenía razón, me parece ridícula. Sus manos son toscas y su aspecto tan fiero, aún estando muerto, que creo que sólo estoy perdiendo mi tiempo. Pero no me detengo y sigo mi marcha.



-V-

No sé cuánto he caminado, ni sé que fuerza me motiva a seguir adelante, seguramente la insensatez. Pero a punto de darme por vencido y volver antes de que la noche me sorprenda en este lugar, alcanzo a ver una construcción, tan burda que sólo puede ser una vivienda orca. Luce abandonada, de hecho es más bien una ruina, por lo que no me detengo a pensarlo y sigo adelante.

            Lo que ahí encuentro me desconcierta un poco, ya que sólo hay utensilios humanos. Después de todo, tal vez no sea una vivienda orca, sino de algún nómada o ermitaño, tan insensato como yo, que se internó demasiado en el desierto.

            Salgo de la vivienda, y el viento devela ante mí algo que la arena mantenía oculto; las ruinas de una ciudad, demasiado familiar para ser orca.

No puedo creer que la anciana tuviera razón y todo lo que he aprendido no sea más que una mentira. El cuerpo me vibra y siento que todo me da vueltas. No sé si será por el sol, la falta de agua, la insoportable verdad, o algo peor, por el hecho de que en realidad esté pensando en marcharme de aquí y hacer como si no supiera nada.

            Si esto se llegara a saber, sería el fin de nuestra civilización. No puedo permitir eso. Por lo que emprendo el camino de regreso, con una idea que no me enorgullece, pero que sé que debo concretar antes de que sea demasiado tarde, o alguien más se entere.



-VI-

Llego al estrecho un poco antes del anochecer, y ahora los escorpiones parecen mucho más interesados, pero no es en mí, sino en el cadáver orco que traigo arrastrando conmigo. Cuento con ello, por lo que le arranco una mano para entretener a estas criaturas, quienes se arremolinan a él y me dejan pasar sin hacerle caso a mis heridas.

            Todo está en calma y la ciudad parece vacía, por lo que nadie me ve entrar con mi cadavérica carga. Sé lo que tengo que hacer, pero aún necesito ordenar bien mis ideas, para no cometer ningún error; Angelina Dak debe morir y debe parecer obra de los orcos.

            La calle donde se localiza su vivienda está tan desolada como el resto, es notorio que la mayoría de la gente está ocupada con los preparativos del festejo. Al cadáver lo dejo escondido tras un árbol, y me presento ante el guardia de la familia Dak. Ahora agradezco que sea sólo uno.

Le digo que tengo que ver a su Señora, que es urgente y no puedo esperar hasta mañana.

Él no parece muy convencido, pero se comunica con ella y al poco rato me deja pasar, escoltándome nuevamente hasta sus aposentos.

Ella se ve complacida y le pide al guardia que se retire.

–Ya fue a confirmar mi historia al desierto ¿no es así? –pregunta.

–Así es.

–Entonces si ha venido hasta aquí usted solo, es porque viene a asesinarme ¿o me equivoco? –me dice con una seguridad, que me hace suponer que ella ya lo tenía planeado de esa manera desde un inicio.

–En el cajón tengo un arma, pero no puede hacer uso de ella porque sabrán que mi muerte no fue un accidente. Además, debe deshacerse del guardia. ¿Ya había pensado usted en eso? –inquiere y yo asiento con la cabeza.

– ¿Entonces qué espera? ¡Máteme de una vez y sáqueme de este tormento!

En ese momento cojo una de las almohadas de la cama y la presiono con fuerza contra su rostro. La consciencia me grita que me detenga, pero el sentido común me dice que la muerte de esta mujer es un costo muy bajo, comparándolo con la supervivencia de nuestra sociedad.

Me toma un poco más de lo esperado, pero al fin la mujer ha dejado de agitar sus brazos y parece que ha muerto. Quito la almohada de su rostro, para constatar su fallecimiento, pero al ver su mirada de terror y sus facciones cubiertas de sangre, no puedo evitar sentirme asqueado. Pero ya está hecho y ahora sólo falta el guardia. Por lo que me armo con un abrecartas que encuentro en el buró, lo llamo y me escondo tras la cortina.

Él no se demora en llegar y al ver el cadáver de la mujer me busca, pero antes de que pueda encontrarme, le incrusto el abrecartas en la garganta. Nunca había visto tanta sangre en mi vida. Me siento ruin y estoy tentado a dejar las cosas así, pero sé que aún falta un detalle. Por lo que salgo hasta el lugar donde dejé el cadáver orco, para traerlo a esta casa, y prenderle fuego a todo.

Cuando las autoridades apaguen el siniestro, encontrarán a la anciana muerta, el guardia asesinado y los restos calcinados de un orco.

Sin duda este año habrá fuegos artificiales.   



-VII-

Todo ha salido como lo planeé y aunque los festejos se han enlutado por la muerte de la última de los Dak, es mejor un moño negro en el monumento del General, que ver cómo se desmorona todo lo que sustenta nuestra civilización.

            Como organizador de los festejos he sido invitado a la ceremonia fúnebre. Incluso me han pedido que dé un discurso en su honor.

            El Reino ha perdido un emblema, pero ha ganado una reliquia, porque del siniestro pudieron rescatar la armadura del General, que aunque un poco dañada, será remozada para poder exhibirla el gran día.

            Sin embargo algo que nunca creí que pudiera ser un problema, se presenta con una forma demasiado familiar.

La muralla exterior ha caído y la horda de los orcos ha invadido nuestras tierras. Ante la evidencia histórica, eso parece imposible, pero lo que ven mis ojos es innegable; más de un millar de orcos han inundado las calles con su presencia, y tan fieros como los describen los antiguos textos, arrasan con todo lo que les sale al paso. Nuestras tropas son inútiles y sin poder dar crédito de lo visto, testifico la manera salvaje en que estas bestias están masacrando a mi gente.

            De repente, en medio de todo ese caos, un monstruo colosal irrumpe y encima de él hay un orco que luce imponente, casi como un Dios, el cual sostiene entre sus garras un pedestal, que soporta algo que me resulta desagradablemente conocido: “la mano momificada de aquél que encontré en el desierto”.

            Entonces el orco, que sin lugar a dudas es su líder, levanta el pedestal y grita:

            – ¡No venimos por lo que es nuestro por derecho! ¡No ha sido fácil, pero hemos aprendido a sobrevivir, y después de muchos años hemos vuelto a ser la especie próspera que éramos en estos campos verdes! ¡Hemos extraído la miel de la arena y nuestra Ciudad es mucho más imponente que antes! ¡Incluso a nuestras artes hemos agregado una más, heredada por ustedes: “la guerra”! ¡Pero habíamos vivido en paz, sin odio ni rencor hacia su raza! ¡Hasta que se atrevieron a profanarnos de nuevo, y hurtaron de nuestro suelo al “gran tótem”; al primer guerrero, ya antes masacrado por sus manos, y una vez más mancillado! ¡Pero ya no más! ¡Y no dejaremos piedra en su lugar, ni cabeza en su sitio, hasta dar con sus restos y volver a casa! –dice y le secunda el rugido de la horda, al tiempo que vuelven a arremeter contra todo, mientras yo los miro sin creer en mis ojos, pero consciente de que no habrá un nuevo despertar mañana.

                    


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