martes, 30 de octubre de 2012

Apocalipsis


Hay quienes dicen que “nunca” es demasiado tarde, y que “siempre” es un buen momento para empezar de nuevo, o enmendar el camino. Antes podría haber estado de acuerdo, pero ahora veo las cosas de otra manera. No lo digo únicamente porque, desde que cayó la bomba, sólo puedo ver lo que hay a mi alrededor a través de un cristal, ni porque el aire que respiro tiene que ser filtrado por una máscara antigases, sino porque a partir de que el sol dejó de asomarse entre las densas nubes negras que forman nuestro cielo, el único ser humano con el que puedo compartir lo que pienso es mi hermana Dani. 

            Ella es muy joven y quizás no recuerde cómo era la vida antes, pero yo aún guardo en mi memoria, casi como un sueño, el calor de los rayos solares impactando contra mi piel, la frescura del agua bañando mi cuerpo, el sabor de los alimentos, y la facultad de llenar mis pulmones sin necesidad de intermediarios.

            El futuro es un mal chiste, y a veces me pregunto si tiene algún sentido seguir intentando vivir en este infierno que se desmorona con cada latido del tiempo, y hierve como una herida que supura, entre ruinas y gases tóxicos.

            Dani tal vez me vea como su guardián. Pero aunque quizás sea muy joven para entenderlo, si no fuera por ella hace meses que me hubiera rendido, ante la desolación que estos ojos de vidrio me muestran. Ella es tan frágil, pero a la vez guarda una gran fortaleza, que en más de una ocasión me ha permitido salir adelante, incluso a pesar mío.

            Ella llena de color y sentido este vacío que se gesta en mi pecho, y le da un poco de luz a esta oscuridad que me nubla, mucho más que la vista.

            – ¡Axel! ¡Dani! ¡Dejen esos anteojos donde los encontraron! ¡Cuántas veces tengo que decirles que no toquen el nebulizador de su papá! ¡No es un juguete! Ahora, lávense las manos y vengan a comer, que su pá ya terminó de hacer la ensalada –nos dice mamá, muy seria, desde el portal de la habitación.

            – ¡Pero má! Estamos jugando y Axel estaba muy inspirado –le dice Dani, con una mirada triste y aferrándose a sus faldas.

            –Nada de “peros”. Tan pronto terminen de comer y les revise la tarea, podrán seguir jugando al apocalipsis. ¡Ay! ¡Estos niños de ahora y sus juegos! –nos dice, dando un suspiro, y nosotros no tenemos más remedio que obedecer.

            – ¿Entonces yo soy la más fuerte? –me pregunta Dani, con un gesto malicioso, mientras nos encaminamos al lavamanos.

            –No seas tonta, eso sólo era parte del juego –le digo y ella me sonríe, al saber que le estoy mintiendo, y me regala un beso en la mejilla.

            – ¡No hagas eso! –le grito, pero le doy un tímido beso en la frente, al tiempo que le abro la llave del grifo.

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