lunes, 14 de enero de 2013

En la biblioteca


La noche consume la luz del sol, apagándolo de un soplido, y Amy deja que la música resuene en sus audífonos, ahuyentando el silencio de la biblioteca vacía, mientras el café que la mantiene despierta se enfría sobre el escritorio. Sólo le queda una noche para terminar su proyecto, y únicamente le restan unas pocas horas para dejarlo listo y entregarlo en la mañana.
Nunca antes se ha quedado sola en ese lugar, y mucho menos a esa hora. Pero ella no va a dejar que nada se interponga en su objetivo; ni los vagos que suelen rodear el campus, para extorsionar a los estudiantes, ni las historias de fantasmas que todo el mundo cuenta. 
            El guardia está dando su rondín, y la biblioteca está sólo para ella, lo cual al inicio le pareció una ventaja, pero ahora no está tan segura.
Uno a uno, todos esos relatos que minimizó bajo los rayos del sol, la atormentan en los espacios vacíos que hay entre una canción y otra.
Cada sombra le parece una amenaza, y cada ruido sospechoso le recuerda un mar de historias. Desde la leyenda de la bibliotecaria, que dicen que se aparece entre los pasillos y acomoda los libros mal catalogados, sin molestar a nadie, pero si alguien comete el error de distraerla, no le da tiempo al agresor a reaccionar, y se lo lleva con ella. Hasta la leyenda de la joven enamorada, que suspira y se lamenta en los rincones por el novio que nunca cumplió su promesa y la dejó embarazada, y que cada noche repite su doloroso suicidio, abriéndose los brazos en canal, hasta vaciarse por completo. Sin olvidar los nuevos mitos, que últimamente se han unido a las viejas historias de fantasmas de siempre, sobre todo dos.
            El primero de ellos habla del caso de un joven profesor que apenas fue despedido el verano pasado. La versión oficial cuenta que él se enamoró de una de sus alumnas, pero ella no le correspondió sus insinuaciones, lo denunció ante la dirección, por lo que perdió su trabajo, e incluso se vio obligado a dejar el Estado. Pero lo que se cuenta entre los pasillos es mucho más siniestro, ya que se dice que el profesor nunca se fue, y el mismo día que lo despidieron raptó y asesinó a su alumna, después violó y consumió su cadáver. Pero esto no termina ahí, porque hay quienes aseguran que él sigue en la Universidad, y cada mes elige a una alumna nueva, para hacer lo mismo. De hecho, tan pronto una joven deja de asistir a clases, el resto no duda en culpar a este profesor de su desaparición, salvo Amy, que es vecina de más de una de las que han sumado a su lista de muertes, y a las que ha visto los fines de semana en el centro comercial, la mayoría en compañía de sus hijos o embarazadas.
            El otro rumor es mucho más absurdo para ella, ya que cuentan que en el edificio de medicina, un grupo de alumnos y algunos profesores, han hecho una serie de experimentos extracurriculares, y por accidente han creado a un muerto viviente, al cual han conservado, con el pretexto de estudiar sus células y encontrar el secreto de la vida eterna. Dicen que por eso es que la morgue se encuentra cerrada desde hace varias semanas.
            Ese pensamiento hace que el miedo y los fantasmas se disipen, y se le dibuje una sonrisa en el rostro.
            – ¿Muertos vivientes? ¡Qué absurdo! –repite en voz baja, y vuelve a su proyecto, que ya casi está terminado. Por lo que respira aliviada de saber que pronto podrá dejar ese horrible lugar, para volver a su cama y descansar, al menos un par de horas.
            Lo que ella no sabe es que en el dormitorio de estudiantes ya nadie duerme; los pasillos se han cubierto de sangre, órganos y vísceras palpitantes. Incluso el guardia de la biblioteca yace muerto y parcialmente desmembrado en la entrada. Pero no permanece así por mucho tiempo, ya que lentamente se ha puesto de pie, y con torpeza ingresa al inmueble, y no lo hace solo; al menos una docena de cadáveres ambulantes lo hacen con él, y parecen estar hambrientos.      

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