domingo, 7 de diciembre de 2014

Cabos sueltos

A Julián se le solían desatar las agujetas de los zapatos con demasiada frecuencia, pero él lo veía con optimismo, ya que aseguraba que cada vez que ocurría esto, el Universo le estaba advirtiendo de algo negativo, es más, estaba seguro de que si no detenía su marcha para anudar sus cordeles, algo “fatal” habría de ocurrirle. Por tal motivo, sus allegados le decían torpe, descuidado y supersticioso, pero a él parecía no importarle; decía que siempre había sido así y que nunca antes eso le había ocasionado alguna desavenencia que tuviese que lamentar, “todo lo contrario”, ya que seguía “sano y salvo”, aunque implicase llegar tarde a casi cualquier parte.
            Julián nunca supo dar razón de los supuestos peligros que las agujetas rebeldes anunciaban, pero eso no evitó que dejara de atarlas; ya fuese que se encontrase en medio de una avenida o subiendo las escaleras, lo cual para muchos realmente ponía en peligro su integridad, e incluso su vida.
Su esposa se ofreció en varias ocasiones a amarrar sus zapatos, pero el resultado siempre fue el mismo; porque sin importar el tipo de nudo que se le hiciera, o la firmeza de los amarres, los cordeles se desataban y Julián tenía que detener su marcha para anudárselos de nuevo, sin prestar atención el lugar donde estuviese.

            Así siempre fue, hasta el día en que un conductor con demasiada prisa atropellara a Julián a sólo unas cuadras de su casa, justo el día de su cumpleaños. Tal vez era de esperarse, salvo por un pequeño detalle, ese día Julián había decidido hacer a un lado aquello que tanto le criticaban y se propuso empezar de nuevo; dejó en un rincón sus viejos zapatos de agujetas, y se calzó un par de mocasines que sus amigos le habían regalado. 

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