domingo, 7 de diciembre de 2014

Dos hojas al viento

Te conocí en el momento justo; cuando aún no terminaba de brotar del todo, y me enamoré del capullo, sin saber que un día terminaría amando la flor que dormía entre sus pétalos.
Como un puñado de hojas, dejamos que nos llevara el viento; a veces juntos, muchas otras separados. Pero a pesar de todo, algo de mí latía en tu pecho, y mucho de ti vivía en mi corazón, como la madera tallada, que a pesar de la forma que adopte, siempre nos hablará del árbol.
Entre sueños, risas, besos, desencuentros y despedidas, fuimos las hojas de libros diferentes, escritos por el tiempo con nuestra complicidad, y a pesar nuestro. Tus flores, mi tinta china y nuestros gatos, en mundos diferentes, rodeados de sombras, luces, deseos y pesadillas.
Pero nunca se borró de mi memoria tu voz, calidez y aroma, ni los besos que jamás te entregué se olvidaron de tu boca. Así como un poco de mi oscuridad se fue a vivir a tu pelo, y no regresó a sumergirse en el mar de mis tinieblas, hasta que el viento volvió a entrelazar nuestras sendas, formando un mismo camino de luz y sombras, ronroneos y arañazos, calor y frío.
A pesar de los años se reconocieron nuestros bordes, reverdecieron nuestros pliegues y sanaron nuestras heridas. Ya no eras un capullo, ni yo un brote. Tu latido volvió a musicalizar mi pecho, y mi calor encontró su hogar entre tus brazos.

Entonces volvimos a volar movidos por el viento, sin prisa, sin reloj, sin vendas en los ojos, ni más cobertor que tu piel sobre mi cuerpo. Como dos hojas al viento, pero movidas al ritmo de un solo corazón.    

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