domingo, 7 de diciembre de 2014

El emperador

Por fin, después de tanto esperar, estoy de vuelta en mis dominios. Todo, absolutamente todo; desde el lugar donde planto mis extremidades, hasta donde alcanza mi vista es mío, y sólo mío, salvo lo que no tengo permiso de tocar, pero aún así lo toco. Tal parece que mis guardianes creen que hasta un emperador debe tener sus límites. ¡Pobres tontos!
            El sol ha salido a recibirme, como es su costumbre, y yo le enseño la barriga, para que la caliente un poco. Muy bien, ahora la espalda. Bueno, ya es suficiente, luego regresaré a restregarme en la tierra, pero ahora debo seguir mi recorrido. Tengo que vigilar que todo esté tal cual lo dejé ayer.
            Allá está el viejo árbol, parece que me hace señas, pero yo le ignoro, sé lo mucho que le gusta que le dé masaje con mis uñas, pero hoy no, salí tarde y no tengo mucho tiempo.
¡No insistas!
¡Bueno! Pero sólo un poco. Tengo el corazón muy blando, tal vez ése sea mi único defecto.
¡Ya! No sigas, ¿qué no ves que voy en camino?
Bonitas flores, ¿cómo? ¿Quieres que juegue con ellas? Bueno, pero sólo un rato, porque en realidad sólo vine a masajearte.  
¡Aaaaah! ¡Qué bien se siente eso! No se compara con el sillón de la casa, pero no está nada mal.
Bueno, una vez terminada la tarea me despido pasando mi cabeza por su corteza. Es importante hacer eso, sólo así él sabe que me pertenece, así como todos los demás árboles de la región, por no hablar de los muros, postes, alcantarillas, rejas y hasta uno que otro perro.
            Los que me ven, me saludan y extienden su mano, parece que arden en deseos de que les deje mi marca, pero no lo haré. Soy muy exigente a la hora de decidir a quién le dejo mi huella; algunos tienen las manos muy pesadas, otros huelen mal, y no todos merecen llevar en su palma el aroma de un “Emperador”.
Sin duda me adoran en el barrio. Aunque no todos, por ahí vive un gruñón, que tan pronto me ve aparecer, empieza a ladrar como desquiciado. ¡Pobre! Mas no le culpo, si yo tuviera una vida como la suya, quizás también le ladraría a todo lo que se mueve. Pero una cosa es que lo entienda, y otra muy distinta es que evite pasar por enfrente de su reja, sólo para molestarlo. No puedo remediarlo, hacerlo enojar es parte de mi naturaleza, es lo que se espera de mí, después de todo, soy un ser superior. 

            Mmm… Ahí está la mujer que me deja comida. Pobrecilla, no sé qué sería de su vida si yo no aceptara sus humildes ofrendas. Sé que eso me ha ocasionado que acumule unos “kilitos” de más, pero qué se le va a hacer, ni modo que le diga que no. Además, parece que hoy toca guisado de res. Huele y se ve delicioso, al grado que no puedo evitar remojar mis bigotes. Esto sí es comida, y no como esas croquetas de atún que me dan en casa. Es una lástima que mi veterinario no opine lo mismo, pero bueno, ¿qué va a saber él de lo que es bueno para un gatito como yo?

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