domingo, 7 de diciembre de 2014

El juego

Orondo, con paso firme y llevándose la mano a la billetera, un hombre llega al mostrador de la juguetería más exclusiva de la ciudad, solicitando a la encargada que le den la consola de videojuegos más potente y moderna que tengan. Los ojos de la vendedora se iluminan y de forma expedita le enseña al comprador el catálogo con todos los modelos disponibles; las mejores marcas, colores, formas y equipos más sofisticados. Hasta que aquel hombre señala uno; el más costoso de todos, el cual es solicitado al almacén y en cuestión de segundos es presentado al caballero, quien sin chistear paga con una tarjeta platino y se marcha.
            Ya con la mercancía en su poder, rostro impávido y sin prisa, camina hasta el estacionamiento, donde lo espera su hijo, un niño de no más de seis años, quien aburrido ve cómo su padre guarda el costoso regalo en la cajuela, se acomoda en la cabina y echa a andar el vehículo.
            Durante todo el recorrido no se dicen ni una sola palabra; el padre conduce con determinación matemática y el hijo bosteza frente al cristal de la ventana, hasta que el cielo se ilumina con un colosal relámpago, que es seguido por un ejército de gotas de agua que se precipitan contra la ciudad.
            Rápidamente el tránsito se vuelve lento; el padre se desespera y golpea el volante enfadado, mientras el niño pierde su mirada en la gente que corre para guarecerse de la lluvia. En eso, una burbuja de jabón, que pareciera desafiar la severidad de las ráfagas de gotas que se impactan contra el pavimento, flota plácidamente hasta reventar contra la ventanilla del pequeño. Una niña y su madre juegan haciendo pompas de jabón en la parada del trolebús, mientras el resto de las personas lucen agobiadas por el congestionamiento vehicular.
Entonces los ojos del niño se iluminan y voltea a ver a su padre.
–Papá…
– ¿Ahora qué quieres? –responde tajante.

–…nada –replica el niño, tímidamente. Luego vuelve la mirada a la niña y a su madre, quienes siguen jugando con las burbujas de jabón, al tiempo que él deja escapar una solitaria lágrima que seguramente no será notada por nadie.  

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