domingo, 7 de diciembre de 2014

La espera

–No insista mi amigo, ¿si quiere le puedo apartar otra mesa?, pero la que está pegada a la ventana, me temo que no será posible. Porque, como puede ver, está ocupada –me dice el cantinero.
–No tengo prisa, mi cita aún no llega, por lo que puedo esperar a que el viejo termine su copa y se marche –le respondo.
–No, créame que él no se irá a ninguna parte.
            –¿Cómo puede estar tan seguro?
            –Porque desde que abrí este negocio, hace más de treinta años, él siempre ha estado en la mesa que da a la ventana.
            –Eso es imposible –le replico.
            –Bueno, no es que siempre esté sentado ahí. Un par de minutos antes de cerrar, viene, me paga su bebida y se marcha, pero al día siguiente, tan pronto volvemos a abrir, tardo más en acomodar las mesas en su lugar, que él en ocupar la suya, pedir una copa y perder su mirada en la ventana.
            –Pues no parece ser un malviviente o un borracho.
            –Y no lo es, siempre se le ve muy limpio, toma sólo una copa en todo el día, me paga y se va –me aclara el cantinero.
            –¿Una copa? ¿En todo el día? ¡¿Por favor?! ¿Entonces porque no lo ha echado a la calle? ¿No se da cuenta de que usted está perdiendo una mesa, por una sola copa de venta?
            –¿La verdad?, no. Él sólo se toma una copa, y eso es lo que le cobro, pero siempre me paga con un billete, y no cualquiera, sino de los grandes, y me pide que me quede con el cambio. Por lo que, respondiendo a su pregunta, esa copa me ha dado más ganancias en un día, que todas las mesas juntas.
            –Entiendo. Y ¿nunca le ha preguntado por qué hace eso?
            –No, y la verdad ya no me interesa. Admito que antes sí, pero después de más de treinta años de conocerle, sin saber ni siquiera su nombre, he optado por limitarme a tener bien limpia su mesa, preparada su botella, aseada su copa y pulida la ventana que da a la calle. Cada quien sus demonios, fantasmas y manías, ¿no le parece?
            –¿Y nunca ha visto qué tanto ve allá afuera? –pegunto, casi susurrando.
            –Veo la vida pasar –respondió el viejo, ante la vergüenza de saberme descubierto.
–Disculpe, no quise molestarlo –digo, entre dientes.
–No se disculpe, que no me molesta su duda, ya soy muy viejo como para fijarme en “tonterías”. Prefiero ver la vida pasar, con tacones, sandalias, botas, falda, vestido, pantalón, largo o corto, en fin, todo un desfile de pieles, peinados y modas. Disfruto de una buena bebida, con la paciencia del tiempo. Sueño con los ojos abiertos y me pierdo en el murmullo de la gente. A veces dejo que el viento se fume conmigo un recuerdo. Y en ocasiones ahogo una que otra lágrima en el fondo de mi copa. Pero la mayor parte del tiempo, sólo espero. Ella me dijo que volvería algún día, y ¿quién sabe?, tal vez ese día sea hoy –responde, termina su copa y vuelve a su silencio.

–Mejor espero en la barra –le digo al cantinero, y dejo que mi mirada también se escape por la misma ventana que contempla el viejo.  

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