domingo, 7 de diciembre de 2014

La llamada

Recuerdo que fue un viernes por la mañana, un poco antes de amanecer, y como casi siempre, la acera era prácticamente mía, y sólo la compartía con la penumbra que escapaba de los faroles. Iba camino a esperar el colectivo, cuando repentinamente sonó mi teléfono. Eso no era poco habitual, pero en ese momento sentí que algo no estaba bien. El detector de llamadas no pudo reconocer la procedencia de la misma, por lo que respondí con cautela.
            –Ni se te ocurra subirte al trolebús –me dijo una voz masculina, algo familiar.
            –Disculpe ¿quién habla?
–Si te lo digo no me lo vas a creer –replicó.
–Lo siento, pero no tengo tiempo para este tipo de bromas.
–No es una broma, pero no te culpo, yo tampoco me creí la primera vez que me llamé para pedirme que no subiera a ese trolebús –respondió.
– ¿Quién habla?
–Yo soy tú, pero en otro tiempo.
–Disculpe, pero voy a colgar –advertí.
–Fíjate en la mujer que pasará a tu lado, se le caerá su sombrilla, tú se la recogerás y ella te dirá que caballeros como tú ya no hay en esta ciudad.
–Buena broma, pero no hay nadie a mi lado, por lo que pienso que debe dejar de beber tan temprano, o moleste a alguien más –dije y colgué enfadado.
En ese momento pasó una mujer, a la que se le cayó su sombrilla. Inconscientemente me agaché a recogerla, y en ese momento relacioné la llamada, sobre todo cuando ella me dijo: “Gracias, es muy amable, justo cuando pensé que ya no había caballeros como usted en esta ciudad”.
Me quedé helado, y justo en ese momento llegó el trolebús. Al cual no abordé. Sabía que tendría que esperar más de veinte minutos antes de que llegara el siguiente, pero no me arriesgué, aunque en el fondo sintiera que todo esto era una locura.
Mientras observaba cómo se alejaba mi transporte y suspiraba resignado, vi que un árbol se colapsaba encima de la unidad, justo en el área donde acostumbro sentarme.
Yo estaba conmocionado, no sabía si socorrer a los posibles lesionados o salir corriendo, cuando volvió a sonar mi teléfono. Respondí rápidamente y del otro lado de la línea me habló la misma voz.
–Parece que al final sí me hiciste caso –me dijo.
– ¿Qué es todo esto? ¿Cómo es que pudo saber que algo así ocurriría?
–Ya te lo dije. Yo soy tú, pero yo no escuché la advertencia y ahora estoy en el hospital, con las piernas rotas.
–Pero eso es imposible –le advertí, pero ya no obtuve respuesta, y la pantalla del teléfono estaba como si no hubiese recibido llamada alguna. 
Sabía que eso no tenía sentido, y más que agradecido por la advertencia me sentí temeroso, confundido y hasta paranoico. Para entonces ya habían llegado las ambulancias y al parecer no había víctimas qué lamentar.
Respiré profundamente y traté de aclarar mis ideas. Por lo que opté por tomar un taxi para ir al trabajo.
Llegué con varios minutos de adelanto, entre al edificio donde se localiza mi oficina, y delante del ascensor volvió a sonar mi teléfono.
–Hagas lo que hagas, no entres a ese ascensor –me dijo la misma voz que me advirtió lo del trolebús.
Yo no dije nada, sólo me hice a un lado y dejé que otras personas lo abordaran.
– ¿No sube? –me preguntó uno de los que ya estaban dentro.
–No, creo que olvidé algo en el coche –respondí y las puertas se cerraron.
No sabía qué esperar, ni si debía de haberles advertido del peligro latente, pero es que en realidad ignoraba cómo explicarles. Sólo esperaba que esta vez tampoco hubiera lastimados. Pero de repente hubo un apagón, escuché un par de detonaciones, seguidas de gritos de angustia, y vi a los guardias del edificio subir a toda velocidad por las escaleras de emergencia. Entonces volvió a sonar mi teléfono.
– ¿Cómo estás? –preguntó la misma voz.
–Supongo que bien, pero ¿qué es lo que está pasando? –pregunté desesperado.
–Uno de los que abordaron el ascensor estaba armado, y al verse atrapado en un elevador sin luz, entró en crisis nerviosa y disparó contra todos. Yo ahora estoy en cama, con una bala alojada en el muslo y una herida que destrozó mi mano derecha. No sabes lo difícil que fue responderte.
–Pero ¿cómo es que me puedes hablar desde el futuro? ¿Qué pasó con tus piernas rotas?
–En sentido estricto, eres tú quien te está hablando desde otro tiempo. Pero te entiendo, recuerdo lo incrédulo que estaba cuando hoy en la mañana recibí la llamada, en la que alguien que decía ser yo, me pedía que no abordara el trolebús, por eso, tan pronto sucedió esto, no dudé en responder de la misma manera.
– ¿Cómo que “responder”? Pero si eres tú quien ha estado hablando.
–Sí, yo también pensé eso, pero no es así, al parecer ninguno es emisor de la llamada, pero al tiempo de responder recordamos la que en su momento recibimos, o al menos eso me pasó a mí –dijo y se cortó la línea.
Yo no sabía cómo asimilar esa información. Nada parecía tener sentido y la sola idea hacía que me doliera la cabeza. 
Salí lo más rápido que pude del edificio, pero antes de cruzar la acera, volvió a sonar mi teléfono. De nueva cuenta era esa voz, que me decía que no cruzara la calle. Me detuve y volvió a sonar, pero ahora me advertía que no me podía quedar parado en ese lugar. Seguí caminando, iba a entrar al subterráneo, cuando me volvieron a llamar, diciéndome que no entrara a la estación.
Me estaba volviendo loco, todo era una pesadilla, cerré por un segundo los ojos, y eso fue suficiente para que un conductor borracho me arrollara con su automóvil y me quebrara la espina dorsal.
No quiero describirte el dolor que siento, pese a los calmantes que apenas me dejan estar consciente. Pero por suerte hoy volvió a sonar mi teléfono, lo respondí dificultosamente, pero lo logré, miré la fecha y vi que era justo del día anterior a que empezara esta locura, y decidí advertirte.  ¡No salgas mañana! ¡Por lo que más quieras, no salgas!
* * * * *
            –Oye, me tomé la libertad de responder tu teléfono mientras archivabas lo que hicimos hoy –me dice un compañero del trabajo.
            –Pues qué raro, porque en la pantalla no aparece que hubieran llamado. Por cierto ¿quién fue?
            –La señal no era muy buena, además, parecía decir puras incongruencias, pero no te preocupes, tal vez fue un borracho que dio contigo por azar, un loco o un número equivocado. A propósito, no se te olvide venir mañana temprano, recuerda que el jefe quiere que tengamos listo todo para el medio día.

            – ¡Es cierto! Y yo que mañana no quería venir, pero bueno. ¡Hasta mañana!  

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