domingo, 7 de diciembre de 2014

Los amantes

Ya casi son las diez de la noche, y el ritmo de la ciudad sigue su incansable marcha. Yo regreso del trabajo, cansado de mente y cuerpo, pero sobre todo, fastidiado de toda esta multitud que me rodea, casi tanto como seguramente ellos han de estar hartos del resto, incluyéndome.
            No hago más que reparar tuberías todo el día, arreglar piezas, remplazar otras, en fin, a veces creo que he pasado más tiempo en el fregadero de los demás que en el mío propio. Pero bueno, me gano la vida y en estos días eso es algo que no se puede hacer de menos.
Hace sólo una hora esta estación parecía un hormiguero, pero por suerte ya muchos se han ido y yo espero, sin demasiada prisa, que llegue el próximo convoy. En el andén sólo estamos un puñado, que vemos de reojo a los demás, sin detenernos demasiado tiempo en nadie en particular. Todo es tan igual que no me extrañaría el estar compartiendo mi espacio con los mismos actores de siempre.
No parece haber nada digno de ser observado, pero las apariencias engañan, porque a sólo un par de metros de mi posición, hay dos amantes que parecen más interesados en devorarse mutuamente que en esperar la llegada del vagón. Ella lo aparta, pero muy tímidamente, como si el pudor no pudiese contener el deseo, mientras él no oculta su apetito voraz. Pareciera que nadie los ve, pero dudo que alguien pierda detalle, como si ese instante y escenario fuesen puestos sólo para ellos.
Tal espectáculo mezcla el morbo, el deseo y la añoranza, casi como si fuese ayer o hace cientos de años, cuando yo hacía lo propio con la que ahora es mi esposa, antes de que las facturas por pagar, la tensión del trabajo y los niños nos quitaran el sueño, haciendo de nuestra vida conyugal un mero recuerdo perdido, que por un segundo parece asomarse, al menos en mi cabeza.
Tal vez el idilio de estos dos sea inspirador, si no fuera por mi dolor de espalda y las jaquecas de ella, por no hablar de los niños. Suspiro casi sin darme cuenta y sigo mirando, mientras de pasada veo al resto, que al igual que yo, no parecen tener ganas de que llegue el próximo tren.
Entonces un teléfono suena, el de ella, por lo que aparta bruscamente a su amante, y responde:
–Amor, ¿cómo estás?… Sí, ya mero salgo. La reunión se prolongó más de lo esperado, pero sólo junto mis cosas y me voy. ¿Ya se durmieron los niños? Ah, me parece perfecto, ¿e hicieron su tarea? Ah, muy bien. Sí, sí claro, yo también te amo. Nos vemos por allá –dijo, colgó con premura y volvió a los brazos del otro, con cierta malicia en su sonrisa.
Bueno, como suponía, “las apariencias engañan”.

Aún así, la verdad no es muy tarde, no me molesta tanto la espalda y mañana no tengo que trabajar, sólo espero que a mi esposa no le duela la cabeza. Si no hacemos mucho ruido, igual y los niños ni se enteran. Un ramo de flores ayudaría. No recuerdo cuándo fue la última vez que le regalé algo. Tal vez aún estoy a tiempo de reparar eso. No vaya a ser que mi mujer también se busque un repuesto.

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