miércoles, 25 de febrero de 2015

El filo

Estoy en el filo de la cordura; de un lado está la memoria, del otro el olvido, y en medio descansa la muerte, que me espera paciente y calladamente, como una sombra, como el río de sangre que recorre sin descanso mi cuerpo, como el silencio sordo que duerme en mi corazón y se despierta con cada latido.
            Aferrarme al pasado sería como contener la respiración, sin un soplo de aliento, como si mis pulmones no pudieran contener más oxígeno, más ánimo, más sufrimiento, y sólo buscaran estallar de un soplido, o secarse al viento, como una hoja en otoño.
            Resignarme al olvido sería como perder la memoria, enajenarme de lo que he sido, abandonar todo aquello que ya no es, ni será de nuevo; tu aliento alimentando mis pulmones, tu cuerpo calentando el mío. Sólo el frío y la soledad, tan vacía y helada como mi piel. ¡Qué ganas de prenderle fuego! ¡Qué ganas de fusionar mi grito con el silencio y escapar! Sólo así; como el humo… y hasta el cielo.
            Justo en medio, me acompaña la muerte, me acecha desde las sombras, me grita que ha estado esperando por mí desde el momento mismo de mi concepción, consciente de que tarde o temprano llegaría mi día y mi hora, lo cual puede ocurrir hoy, quizás mañana, o tal vez llegue sin anunciarse, como una arrendadora implacable. Entonces ella desaloje mi memoria y mi alma, y se cobre “a la mala”, con mis sueños y “mañanas”.

            Mas ignoro si esa decisión descansa en mis manos, ni está al alcance de mis pies cansados de tanto caminar, sin llegar a ningún lado. Tal vez me quede aquí para siempre, sobre el filo de esta navaja, sin ánimos de recordar el ayer, y sin voluntad de soltar lo ocurrido, sólo así; esperando… hasta que la muerte llegue por mí, y rasgue para siempre mi vida, con su propia navaja.   

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