viernes, 22 de mayo de 2015

Como un maldito zombi

La ciudad despierta aún antes de que lo haga el sol. La oscuridad me acompaña y yo sigo el camino de una legión de “zombis” que van atropellándose entre ellos, con las miradas perdidas, e inmersos en sus propias preocupaciones o en las diminutas pantallas de sus dispositivos personales de comunicación. Tienen tanta prisa que a veces me pregunto si son aún conscientes de su propia “finitud”, o se ven a sí mismos como un puñado de hormigas que marchan sin descanso, sólo por seguir su “naturaleza”.
            Día a día es lo mismo; “quejas”, “gritos”, “insultos” y “gemidos”. Algunos parecen más conscientes que otros y arengan sobre asuntos que prometen una chispa de vida, entre tantas miradas vacías, pero al final se vuelcan en la misma podredumbre, una que “vuela como un billete y gira como una moneda”.
            Trabajo más de ocho horas al día en un lugar que cada vez me ha vuelto más miserable. No me gusta lo que hago, no disfruto de mi hogar, ni de mi familia, y estoy seguro que el sentimiento es recíproco. Sé que mi mujer se acuesta con su jefe, y a juzgar por su mirada, lo ha de disfrutar tanto como un gorrión de la compañía de un gato. Ella bien podría conseguirse otro trabajo, pero no lo hace, y no la culpo, ¿qué otra cosa puede hacer siendo un zombi?
            A veces me siento el único hombre vivo sobre este planeta, pero el vacío en mi pecho y el eco en mi cabeza, me desengaña. Bien podría detenerme, cambiar de ruta, separarme de mi mujer, irme de la ciudad, perderme en una isla desierta, pero no lo hago. Quiero hacerlo, lo necesito para volver a sentirme un ser humano, pero aún así no lo hago y sigo mi camino. De reojo miro el reloj y continúo sin ganas de nada.
            La prensa vende muerte y los cadáveres se desangran entre sus páginas. ¡Qué envidia! Mientras uno sigue aquí, dejando escapar la vida o quizás simulando que aún vivimos. Andamos sin rumbo, aprisionando el instinto, flagelando la tierra, enviciando el aire y enturbiando las aguas.

            Sólo un par de ideas me sacan de la rutina; dos chispazos que hacen que al menos una vez al día se dilaten mis pupilas, devolviéndole un poco de humanidad a este trozo de carne gris y pútrida. Lo primero que se me ocurre es conseguir una sierra eléctrica y arrasar con cuanto zombi encuentre en mi camino. Sin duda le haría un enorme favor a este planeta, pero desisto. Y lo segundo es adquirir un revólver y exterminar a mi peor enemigo: “yo mismo”. Sólo así se terminará este vivir sin vida y sentir sin sentido. De un plomazo en el cerebro, sólo por si las dudas, como un maldito zombi.

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