jueves, 25 de junio de 2015

El fantasma acomedido

No todas las historias de fantasmas comienzan de la misma manera, pero irremediablemente, paso a paso todas nos van llevando al mismo desenlace; un hecho desagradable, temible u horroroso. Todas, salvo esta.
Resulta que por varios años habité una casa, en la cual se decía deambulaba un fantasma, motivo por el cual nadie quería habitarla. Por lo que los dueños se vieron obligados a rentarla a un precio demasiado módico, tanto que resultó irresistible para mi bolsillo, al grado que no me importó el fantasma y menos de una semana ya estaba instalada. No niego que tuve miedo, pero en ese momento lo que menos tenía era dinero.
La primera noche fue tranquila, sólo el ruido del viento que jugaba con las ramas, el rechinar de la tubería, el golpeteo de las gotas de lluvia contra las ventanas, en fin, ruidos propios de una vieja casa. Cené y, de lo cansada que estaba, dejé los trastes sucios y me fui a dormir. Pensé que mañana tendría tiempo para limpiar, y terminar de desempacar y ordenar las cosas.
Sin embargo al despertar, me encontré con la novedad de que los platos estaban limpios y en su lugar, pero no sólo eso, las cajas estaban vacías y acomodadas, la ropa yacía en los armarios, los libros en los estantes, ordenados alfabéticamente y por género, sólo había quedado uno, abierto en el escritorio, como si alguien lo hubiese tenido que dejar ahí apresuradamente.
Lo primero que pensé fue que había entrado alguien a la casa, pero ¿quién entra a un lugar, lo ordena, limpia todo y luego se va, sin robarse nada? “Mi mamá”, pensé, pero ella se encontraba a más de doscientos kilómetros de distancia. Sólo el tiempo fue disipando las dudas, regalándome una respuesta que la verdad no esperaba: “había sido el fantasma”.
Sin importar el desorden en que dejara las cosas un día anterior, a la mañana siguiente todo estaba ordenado, limpio, en su sitio, y con el libro abierto, cada vez diez páginas adelante.
Lo único que nunca estaba en su lugar era el libro, por lo que supongo que el fantasma lo leía después de sus quehaceres domésticos. Sin duda era un fantasma muy acomedido.
Así fueron pasando los días, mejoró mi situación laboral, empecé a ganar más dinero y como mi casa lucía impecable, hasta me sobraba tiempo para mí misma.
Todo siguió así, hasta que una mañana encontré el libro cerrado, como señal de que el fantasma ya lo había terminado de leer. En ese momento, no supe por qué, pero tuve unas ganas incontrolables de acudir a la librería más cercana y comprar otro del mismo autor, y lo dejé en el escritorio con una nota: “para ti”.
El día transcurrió con normalidad, regresé del trabajo y encontré el libro abierto, diez páginas adelantado, y en el reverso de la nota decía: “gracias”.
            La letra era temblorosa, esa experiencia en cualquier otro momento me hubiese puesto la piel de gallina, pero me sentí confortada. Jamás le había visto el rostro, no sabía si era “él” o “ella”, ignoraba si antes de morir quizás fue un sirviente o una doncella, pero la casa siempre estaba impecable, y no parecía que lo hiciera de mala gana, todo lo contrario, incluso tuve la intuición de que el fantasma, lo hacía como agradecimiento por dejarlo vivir, o lo que fuese que hiciera, conmigo.
Tenía ganas de conocerle, conversar un poco, no sé. Contrariamente a todo lo que se dice de los fantasmas, éste era uno bastante conveniente, porque hasta conocerlo, todos los lugares que alguna vez habité siempre fueron un verdadero desorden. Por lo que tan pronto terminó de leer el nuevo libro, le regalé otro, con una nota en la que le expresaba mi deseo de conocerle.
Como aquella primera vez, al amanecer obtuve mi respuesta en la misma nota, la cual decía: “Nos vemos a la media noche en el estudio”.
Yo estaba emocionada, no podía pensar en otra cosa, me alisté para ir al trabajo, sin importarme el desorden que dejara tras de mí, total, sabía que todo lo encontraría impecable a mi regreso. Ése fue quizás mi peor error, o el mejor de mis aciertos, porque sin darme cuenta me enredé con el cable de la secadora de pelo, trastabille y caí por las escaleras, encontrándome con la muerte.
Los dueños hallaron mi cadáver una semana después. Y convencidos de que me había matado el fantasma, ni siquiera volvieron a intentar poner nuevamente la casa en renta, dejando todas mis cosas en su interior.

Desde entonces vivo con el fantasma, bueno, aunque “vivir” es sólo un decir; él resultó ser un apuesto caballero, que en su otra vida fue un obsesivo compulsivo, amante del orden y un ávido lector. Por lo que las cosas siguen más o menos iguales, porque a pesar de estar muerta yo sigo siendo un desastre ambulante, lo cual lo mantiene entretenido. Incluso ya descubrí la manera de llegar a la librería, cada vez que se publica algo nuevo de su escritor favorito. De tal suerte que ahora hasta se rumora que hay un fantasma en la librería del barrio, pero bueno, así son las historias de fantasmas ¿no?      

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