martes, 7 de julio de 2015

¿Qué está haciendo el niño?

–¿Amor? ¿De casualidad no sabes qué está haciendo el niño? –pregunta una mujer a su marido, quien plácidamente lee el periódico, sentado en su sillón favorito.
            –Me parece que está afuera.
            –¿No te fijaste desde a qué hora se encuentra allá? 
            –La verdad no, pero creo que ya tiene un buen rato.
            –¿Y qué tanto estará haciendo? 
            –Pues está jugando, mujer, como cualquiera a su edad.
            –¿Y qué es lo que está jugando?
            –No estoy seguro, pero parece que patea una pelota.  
            –¿Una pelota? ¿Y qué tal si por andar jugando no se da cuenta y se cruza la calle sin fijarse? ¡Haz algo, Dios mío!
            –No te preocupes, es más fácil que él le dé a un cristal o un peatón, antes de que pateé su pelota hasta la calle. Quédate tranquila mujer.      
            –¿No crees que pueda tener hambre o sed?
            –No, yo lo escucho muy divertido y riendo.   
            –¿No te parece que ya es mucho tiempo? Parece que no tarda en caer otra tempestad como la de ayer. ¡Pobre bebé! ¿No crees que deberíamos ir por él y asegurarnos de que no le falte nada?
            –No creo que esa sea una buena idea.
            –¿Y por qué no?

            –En primera, el chico ya tiene más de ocho años, por lo que creo que ya es lo suficientemente grande para volver a casa a tomar agua, comer o guarecerse del tiempo. En segunda, porque se ve que está a punto de llover y no pienso salir a pescar un resfriado. Y en tercera, el muchacho es de los vecinos, no nuestro. Deja que ellos se preocupen por él, al menos por esta vez.   

En espera de la Bestia

Su rugido retumba a kilómetros de distancia y mi corazón se acelera. De día o de noche, su paso es intimidante; temible como la incertidumbre y feroz como la muerte. Circula sobre cráneos de acero, que chocan y crujen contra el metal, la madera y las piedras del camino. Su poder es tan prodigioso que pareciera detener al mundo ante su paso, y tan infinito que pareciera retroceder el tiempo ante su silencio.
           Cruel demonio de lámina oxidada, que comunica al sur con el norte, hermanando sueños y pesadillas, agilizando los pasos y truncando de tajo los caminos. Porque al igual que su senda dejara cortadas las montañas y perforara las laderas, la Bestia no teme dejar mutilados, heridos, o muertos, a todos aquellos que osen tomar su camino.
            No hay calor más calcinante que su Infierno, ni frío más helado que su olvido, bañado de metal, oxido, corrupción y muerte. Se alimenta de carbón y odio, miedo y esperanza, fatiga y anhelos.
            Sobre sus rieles transita la muerte; la riqueza de algunos, la pobreza de otros y la perdición de unos pocos, que se fueron persiguiendo un sueño, y no saben si sólo les espera la oscuridad eterna, sin una lápida que recuerde sus nombres.
Bajo sus pies transcurre la selva, el valle, el desierto, la vida y el tiempo. Un segundo sin retorno. Cada metro se roba un latido. Cada kilómetro un sueño. Y cada día un poco de todo; sudor, sangre, carne y huesos.
Pocos son los afortunados que consiguen un pacto con ella, de hecho, hasta la fecha no conozco a ninguno, pero he escuchado de ellos; almas desesperadas que aceptaron como regalo su Infierno, y bebieron de su vapor de muerte, hasta alcanzar su destino. Pero jamás he sabido de alguien que la domara, que hable de su contacto con ella como una aventura placentera, todo lo contrario, el logro no es enfrentarla, sino sobrevivirla.

A pesar de todo esto; a pesar de la lluvia, del viento, del frío de la noche, el infierno sofocante, la sed, el hambre, los hombres que se alimentan de otros hombres, y la soledad compartida, donde cada alma tiene su propia deuda, objetivo e historia, sigo aquí, en la curva, esperando que el demonio baje la velocidad y sus vigías la guardia, en pos de un lugar en su lomo de hierro, dispuesto a morir, con ganas de ser uno de los que superaron el reto, sólo porque aquí, ya no queda nada para mí.